Vásquez, ganador del Premio Alfaguara 2011, escribió en el
diario español una nota titulada: “El país que imaginamos y temimos”. En
ella afirma que hace “unas semanas, cuando el presidente Juan Manuel
Santos fue reelegido, una opinión casi unánime se instaló entre los
colombianos: los votos decisivos no los habían puesto quienes lo querían
a él de presidente, sino quienes no querían al otro. En otras palabras,
una parte considerable y definitiva de quienes eligieron a Santos no
votaron por él, sino contra Álvaro Uribe: el expresidente que lideró el
gobierno más corrupto de la historia reciente, y que en estas elecciones
pasadas, como un reyezuelo depuesto, creó un candidato-títere que
manejó a su antojo y mediante el cual quiso mantenerse en el poder”.
Y dice que “la popularidad de Uribe ha sido uno de los grandes
fenómenos de la política colombiana, y por eso no dejó de sorprender a
muchos la derrota de su títere. ¿Por qué perdió? ¿Contra qué votaron los
que lo hicieron por Santos? Yo creo que practicaron algo parecido a la
ciencia-ficción: imaginar el país si el uribismo llegara de nuevo al
poder”.
A juicio de Vásquez, los colombianos previeron cuál sería el país
en caso de que Uribe hubiera ganado las elecciones. “Imaginaron un país
donde todos podemos ser víctimas de espionaje o interceptaciones
ilegales. Ha sido una práctica corriente del uribismo, durante cuyo
gobierno los organismos de inteligencia intervinieron constantemente los
teléfonos de los periodistas de la oposición y, en casos sonados, de
los magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Por no perder la
costumbre, el candidato uribista de estas elecciones fue sorprendido en
reuniones con un hacker profesional que se dedicaba a intervenir las
comunicaciones del presidente de la República y de los negociadores
presentes en La Habana. Su objetivo, por supuesto, era sabotear los
diálogos de paz entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC con
campañas de calumnias, desinformación y mentiras. Eso habrán imaginado
los votantes: un país cuyos organismos de inteligencia se comportarían,
en la práctica, como los de un Estado totalitario”.
Así mismo, el laureado escritor considera que los ciudadanos
“imaginaron un país donde la separación entre Iglesia y Estado se ha
esfumado como por arte de magia. El uribismo nunca ha ocultado la
profunda antipatía que le causa el Estado laico. Tras la primera vuelta
de las elecciones, en la cual su candidato logró una victoria temporal
frente a Santos, una diputada lanzó un trino que pasará a la historia
tanto por su retórica macartista como por sus problemas de redacción y
ortografía: “Agradecemos a Dios todopoderoso, al pueblo colombiano y al
expresidente Uribe por no dejar caer la patria en manos del comunismo
ateo. Amén”. Por supuesto, esta fue la misma diputada que se alegró tras
la muerte de García Márquez, diciendo que pronto él y Fidel Castro
estarían en el infierno”.
Y, finalmente, sentencia: “imaginaron a un presidente cuyo primer
acto oficial es patear la mesa de negociaciones de La Habana. Los
diálogos de paz han sido el enemigo número uno de Uribe, y su
candidato-títere, obedientemente, prometió acabar con ellos tan pronto
llegara al poder. (En el momento más bajo de su campaña, en un
incomprensible ataque de personalidad, cambió brevemente de opinión:
dijo que los continuaría. Pero sólo consiguió indignar a los propios y
hacer que los ajenos desconfiaran aún más de su carácter)”.
Vásquez agrega que “esos votantes imaginaron un país que tira por
la borda la oportunidad histórica de acabar con 50 años de guerra: un
país que no tiene ni la madurez, ni la generosidad, ni el buen juicio de
dar una oportunidad a la paz”. Por lo que “imagino que eso habrán
imaginado. Imagino que habrán tenido miedo”. De ahí que mejor hayan
votado por Santos.
Tomado de semana.com
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