José Fernando Ocampo
Significado del Bicentenario I.
El movimiento de independencia de 1810 a 1819 nos liberó de la dominación colonial de España. Significó un cambio profundo de las instituciones, de la política y de la economía. Fue una auténtica revolución violenta. Fueron ejecutados grandes dirigentes por el dictador Morillo, murieron en el campo de batalla jóvenes promesas de la Nación, cayeron en la lucha miles de campesinos, indígenas y esclavos incorporados al ejército libertador. Nueve años de lucha, de batallas, de cárcel, de sufrimiento y de gloria. Y lo fue también de confrontación interna. No toda la población estaba a favor de la independencia. La alta nobleza criolla pro española, el alto clero, grandes terratenientes de concesiones realengas, se mantuvieron con el dominio español hasta el final. Y entre los grandes dirigentes de la revolución hubo división ideológica, desacuerdos tácticos, hasta guerra civil. Pero triunfó la constancia, el acuerdo, la persistencia y la visión de que había que liberarse de España. En medio del enfrentamiento interno predominó la unidad final que llevó al triunfo de la revolución.
No puede dudarse que se operó un cambio radical de la sociedad neogranadina. Feneció el régimen colonial. Acabó la dominación política. Se acabó el virreinato. Los virreyes y los administradores y los funcionarios que representaban a España tuvieron que salir. Y los habitantes de cada nueva nación pudieron escoger sus gobernantes y los pudieron cambiar y los pudieron juzgar. Así mismo tuvieron la capacidad de definir su economía, de organizar su producción, de tomar posesión de sus recursos naturales y de su riqueza. Y esto hay que decirlo, cualquiera haya sido su posterior desarrollo. Si no hubiera sido así, hubiera sido imposible poner las bases de un Estado-Nación. Las divisiones de la colonia no definían nacionalidad. Los límites no tenían carácter de nación. En el momento del grito de independencia surgieron distintas declaraciones y constituciones que denotaban la ausencia de cohesión nacional. Cartagena, Santa Marta, Antioquia, Chocó, Socorro, Casanare, Neiva, Mariquita, Pamplona y Tunja, se dieron juntas de gobierno independientes o constituciones propias, todas en lo que entonces se llamaba Virreinato de la Nueva Granada. No sería fácil unirlas, cohesionarlas, integrarlas en una sola nación, hoy llamada Colombia.
Cambió la estructura del poder político. Se derrotó al Rey y a los Virreyes. Dejó de tener autoridad la monarquía extranjera. El pueblo se rebeló contra el rey que era el representante de Dios en la tierra. Su autoridad era divina. La transformación ideológica que significó que se derrumbara la concepción arraigada profundamente en la conciencia popular sobre el origen divino de la autoridad real tomó un siglo. Tuvo que surgir en el mundo la gigantesca obra iconoclasta de la Enciclopedia en Francia, y abrirse paso la revolución protestante en Norteamérica en la mente de los ideólogos y combatientes de la independencia de Estados Unidos, y rugir sobre el mundo las ideas de la Revolución Francesa con sus ideólogos y combatientes, y expandirse por las escuelas la teoría de la licitud del tiranicidio en la conciencia religiosa de la época que se enseñaba en el Colegio de San Bartolomé, para que los dirigentes dirigieran la revolución y el pueblo se atreviera a rebelarse contra el poder político de la monarquía y la jerarquía eclesiástica.
Quienes dirigieron la revolución fueron conscientes de que se imponía una transformación radical de la educación. Sin lograrla no podría reconstituirse un nuevo país. Apenas se iniciaba el gobierno independiente, el vicepresidente Santander, que reemplazaba a Bolívar mientras se desarrollaba la campaña del sur, introdujo la enseñanza del filósofo positivista Bentham para reemplazar la escolástica, entregarle al Estado el control educativo y formar los nuevos maestros laicos. Era lógico. Se había logrado el poder político con la derrota de la colonia, pero no se había consolidado el triunfo sobre las mentes del pueblo. En eso constituyó la genialidad de Santander. Y la luchó hasta su muerte.
La independencia nacional es soberanía. Y la soberanía democrática es la libre determinación de una nación para definir el carácter del Estado en sus constituciones y para escoger su sistema de gobierno sin interferencia extranjera. El movimiento de 1810 inició una larga lucha de nueve años en Colombia y de casi quince en el resto de América Latina para lograrla y consolidarla. Después de dos siglos ese objetivo de la lucha de 1810 sigue vigente. En una lucha dos veces centenaria Colombia ha sufrido dos atentados directos contra su soberanía, el robo de Panamá de 1903 y la entrega de la bases militares que acaba de hacer el gobierno de Uribe a Estados Unidos. No importa cómo se disfracen. Hoy como hace dos siglos la lucha por la soberanía es objetivo prioritario de la construcción y solidificación de la Nación.
Significado del Bicentenario (II). 1810: Una lucha de liberación nacional
José Fernando Ocampo T., Bogotá, mayo 4 de 2010
El grito de independencia de América constituyó todo un proceso ideológico y político que no surgió de la nada. Ese 20 de julio se forjó durante más de treinta años y, de pronto, desde mucho antes, con numerosas rebeliones indígenas contra la dominación española, la más famosa de las cuales fue la de Tupac Amaru en Perú, y por movimientos comuneros como el de 1781 en Colombia. Nunca fue fácil rebelarse contra la monarquía. Nunca fue fácil separarse de las creencias eclesiásticas. Esa conjunción entre autoridad religiosa y monárquica derivaba de los Papas y se distribuía a los soberanos católicos. A la autoridad civil le correspondía el nombramiento de los obispos en nombre de Dios y del Pontífice. Por eso le adjudicaban un origen divino. No es extraño que los primeros levantamientos de 1810 y 1811 no apuntaran contra la autoridad real, sino contra la mala administración de virreyes y funcionarios de las colonias. El rey todavía era intocable. El Memorial de agravios de Camilo Torres y demás rebeldes lo respetaba y lo acataba. En Caracas, el levantamiento de abril de ese año lo que reclamaba era la restauración de la monarquía feudal de Carlos III después de haber sido destronado por el ejército napoleónico.
Que Antonio Nariño publicara el texto de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en julio de 1795, cinco años después de que fueran proclamados en la Revolución Francesa y quince años exactos antes del levantamiento de 1810, constituyó un hecho subversivo para los gobernantes coloniales. A Nariño lo sometieron a juicio, destruyeron los ejemplares de la publicación, lo enviaron preso a España y montaron una muralla ideológica contra el peligro de todas las revoluciones del momento. La Real Audiencia que lo juzgó consideró su defensa más agresiva que la misma declaración sobre los derechos humanos. Fue a dar a las mazmorras de Cádiz por sus ideas. La historia de Nariño resulta impresionante. Se fugó de Cádiz, regresó a Santafé en 1797, allí fue encarcelado en el cuartel de caballería hasta 1803, por precaución las autoridades lo enviaron a una de esas mazmorras espantosas de Cartagena en 1809 hasta diciembre de 1810. En seguida tomó la dirección del movimiento revolucionario, organizó un ejército, se puso al frente de la campaña liberadora de 1813 y 1814, fue derrotado y echo prisionero en Pasto y enviado a España. No regresó sino hasta 1820, después de seis años de prisión, para estar presente en el Congreso de Cúcuta de 1821 y ser nombrado vicepresidente. Moriría un 13 de diciembre, dos años más tarde, en Villa de Leyva. Nariño nunca cedió sus principios revolucionarios, nunca se amilanó antes las adversidades, nunca abandonó su decisión de liberar a Colombia del yugo colonial. Se constituyó como “precursor” en un baluarte ideológico de la revolución y como “actor” del proceso independentista en un luchador invulnerable.
A Nariño lo acompañaba una generación que había recibido la iluminación de la Expedición Botánica del sabio Mutis. También fueron estremecidos por la Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa. El mismo año de 1795 en que Nariño publicaba los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aparecieron pasquines sediciosos en Santafé de Bogotá y se formó toda una conspiración criolla inspirada por discípulos de la Expedición, entre los cuales se encontraban Francisco Antonio Zea y Sinforoso Mutis que seguirían siendo fieles a sus ideales de liberación y actuarían en el levantamiento de 1810. Mutis fue más que un sabio en botánica ordenador de la flora de América que ya de por sí lo lanzaba a la historia nacional. Defendió las teorías científicas de Galileo, Copérnico y Newton—rechazadas como herejía por la Iglesia—sobre el lugar de la tierra en el universo, sobre el papel de la ciencia en la sociedad, sobre el origen del universo, sobre la relación no contradictoria entre religión y ciencia. Su rebelión contra la Inquisición fue quizás el más extraordinario ejemplo proporcionado a la juventud neogranadina de que podía levantarse contra la dominación y la opresión. Con el pensamiento de Mutis se quebró el dogma, se resquebrajó el silogismo, se agrietó el dominio religioso, se desmitificó la monarquía, se abrieron las mentes a las nuevas ideas. Todo fue posible. Eso fue lo que lo convirtió con su Expedición Botánica en precursor de la Independencia.
A Mutis y a Nariño los persiguió el gobierno virreinal por sus ideas, porque fueron un baluarte de una nueva concepción de la sociedad y de la política, cada uno a su manera y en su momento. Se trató de un impresionante movimiento ideológico que se expandió con una rapidez inconcebible para una época sin medios de comunicación. Defendieron una nueva concepción del mundo y una nueva forma de gobierno. Mutis sobre el mundo, y abrió las mentes a nuevas concepciones. Nariño sobre el gobierno, y abrió la aspiración de independencia. No al control de un pueblo sobre otro, ni político ni económico. Ni directo ni indirecto. Ni por protección ni por defensa. No al control ni al dominio. Ese fue el verdadero sentido del movimiento del que Mutis y Nariño fueron precursores. Una lección. Ni la globalización ni el intercambio ni las comunicaciones pueden desvirtuar la independencia y la soberanía de las naciones para que la dominación y la protección disfrazada de unos países sobre otros mantengan la pobreza y el hambre sobre el mundo.
Significado del Bicentenario (III): Mutis y la Revolución de Independencia
José Fernando Ocampo T., Bogotá, Febrero de 2009
Mutis fue más que un sabio, que un naturalista y que un botánico. Mutis fue el gestor de la revolución ideológica de la independencia nacional. Su obra fundamental independentista lo constituyó la Expedición Botánica. Mutis defendió, a riesgo de ser condenado por la Santa Inquisición, las doctrinas de Galileo, Copérnico y Newton sobre el lugar de la tierra en el universo, sobre el papel de la ciencia en la sociedad, sobre el origen del universo, sobre la relación no contradictoria entre religión y ciencia. Su rebelión contra la Inquisición fue quizás el más extraordinario ejemplo proporcionado a la juventud neogranadina de que podía levantarse contra la dominación y la opresión. Lo arriesgó todo, porque fue acusado de herejía y su proceso remitido a España para su condena. Condena que podía costarle la vida. “Pero la sabia y respetable conducta,” decía en su disertación sobre la astronomía, “con que ya se tolera disputar abiertamente en el siglo más ilustrado, permite no solamente proponer todas las razones a favor y en contra de los sistema florecientes, sino también defender como hipótesis el sistema prohibido.” (mi énfasis)
La posición de Mutis en el pensamiento neogranadino implicaba enormes transformaciones ideológicas. El monarca español no era ya el representante de Dios en la tierra. Las posiciones de la Iglesia sobre la tierra, el sol y el sistema planetario dejaban de ser dogmas. La Iglesia no dominaba la experimentación científica ni podía imponer sus concepciones sin probarlas. La filosofía escolástica con sus premisas y sus silogismos no se imponía sobre la experimentación y los descubrimientos de la astronomía y de la física. Las investigaciones de Mutis y sus posiciones científicas se impusieron en la Expedición Botánica y se extendieron a los colegios en donde estudiaban los próceres de la independencia neogranadina. Con el pensamiento de Mutis se quebró el dogma, se resquebrajó el silogismo, se agrietó el dominio religioso, se demitificó la monarquía, se abrieron las mentes a las nuevas ideas. Todo fue posible.
De allí a saltar a la teoría suareciana del tiranicidio, o a las ideas liberadoras de la Ilustración, o a las de la democracia de los estadounidenses, en una palabra, a la independencia de la colonia española, no era sino un paso. Y de su Plan general de los estudios médicos de 1805 para el Colegio del Rosario se saltaba al Discurso educativo de Caldas y se retomaba el Plan educativo de Moreno y Escandón, del que había sido inspirador, para una revolución educativa que estremecía todo el cimiento de las ideas dominantes. Que lo hubieran seguido Pedro Fermín de Vargas, José Félix de Restrepo, Eloy Valenzuela, Francisco José de Caldas, Jorge Tadeo Lozano , Sinforoso Mutis, y los demás que pasaron de la revolución cultural de la Expedición Botánica a lucha política de la Independencia, fue un sendero abierto por donde los arrastraron las circunstancias mundiales y neogranadinas. Las condiciones políticas recogieron la revolución cultural que las precedieron. Mutis había sido su epicentro.
Que Mutis defendiera en los más sagrados recintos de la sociedad neogranadina la revolución copernicana, la física de Newton y rechazara el tratamiento sufrido por Galileo y en sus cátedras defendiera el carácter de la ciencia, la investigación científica, el sometimiento de las creencias a la evidencia empírica, el ajuste de la fe bíblica a la realidad concreta, significó toda una transmutación en las mentes de las nuevas generaciones que lo tuvieron como maestro, guía e inspiración. Refiriéndose al método de Newton le advertía a la juventud de Santa Fe que “para seguir este nuevo camino era preciso abandonar sus antiguos sistemas, y sacrificar sus amadas opiniones.” Lo que Mutis logró en la juventud neogranadina y en la sociedad santafereña fue abrir las mentes, fortalecer los espíritus, crear ideales, socavar creencias, infundir esperanzas, trazar senderos. La extraordinaria labor de la Expedición Botánica que la convirtió para la historia nacional en precursora de la independencia lo constituyó su revolución cultural sobre la concepción de la naturaleza y sobre las posibilidades de una nueva sociedad. El consejo de Mutis sobre el espíritu científico de que “debemos tener siempre entera libertad en el estudio de la naturaleza, para que la filosofía natural pueda ser útil a los fines más importantes y llegar al punto de certidumbre y perfección que debemos desear”, se lo aplicaron Vargas, Caldas, Valenzuela, Lozano, Mutis, Nariño, Torres y demás, a la revolución de la independencia de 1810.
Significado del Bicentenario (IV): 1810: La lucha política
José Fernando Ocampo T., Bogotá, mayo 17 de 2010
En las grandes transformaciones políticas siempre surgen y se desarrollan tendencias ideológicas contrapuestas o complementarias. Así sucedió en el movimiento de 1810. Y sus contradicciones ideológicas y políticas no solamente condujeron a enfrentamientos en el terreno de las ideas, sino que produjeron luchas armadas. No pensaban igual Nariño y Torres, ni Bolívar y Santander, ni Vargas y Caldas, para mencionar los más identificados dirigentes de la revolución de independencia, a pesar de que no se manifestaban en forma organizada de partidos. La guerra de la mal llamada Patria Boba entre los ejércitos de Nariño y Torres no planteaba sino una diferencia fundamental en torno al carácter de nación unitaria o confederación de pueblos. Se trataba de un punto estratégico para el futuro de lo que sería la sociedad colombiana.
Camilo Torres representó una tendencia filosófica que no lo desligó de España, a pesar de haber sido condenado al patíbulo por Morillo. En el fondo siguió adherido a la escolástica que había recibido en las aulas de religiosos y a una tradición monárquica de la que no se liberó. A Pedro Fermín de Vargas lo estremeció la liberación mental a que lo condujo la rebelión filosófica de Mutis. Fue el más enciclopedista de los precursores en su ideología y en su posición política. Nariño no publicó la declaración francesa sobre los derechos del hombre por una curiosidad intelectual, sino por un convencimiento político que lo llevó a la cárcel y a la lucha militar contra el gobierno colonial. En Santander influyó como en ningún otro la gesta emancipadora de Estados Unidos, que perduraría en su concepción sobre el Estado y la República, a la cual unió el pensamiento revolucionario de los positivistas ingleses, Locke y, principalmente, Bentham, al que acudiría para la nueva educación neogranadina. Bolívar fue más ecléctico. Pasó de la escolástica a los enciclopedistas de ahí a los filósofos de la Revolución Francesa hasta los monárquicos ingleses. Por eso dudó de la democracia y se inclinó por regímenes dictatoriales o monárquicos. No consideraba al pueblo que había llevado a la independencia, preparado para un gobierno de elección popular.
La lucha revolucionaria de independencia aglutinó cuatro tendencias ideológicas: 1) Los enciclopedistas democráticos, opuestos al control eclesiástico sobre las mentes como a la unidad de religión y estado, con una nueva mentalidad sobre la sociedad y el poder político; entre ellos sobresaldría Pedro Fermín de Vargas. 2) Los liberales democráticos influidos por la Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa con su sistema de gobierno democrático del que los estadounidenses fueron vanguardia mundial con su liberación de Inglaterra en 1782 y los franceses contra la monarquía; Nariño y Santander partieron de allí. 3) Los liberales monárquicos, radicales en su lucha contra el colonialismo, no convencidos de la democracia o influidos por regímenes europeos exitosos por entonces, con influencias de los revolucionarios franceses, temerosos de la experiencia gala de excesos y dubitaciones; allí estaría Miranda y se encuadraría también Bolívar con su constitución boliviana y su tentación monárquica con los ingleses. 4) Los escolásticos radicales, ceñidos a la fe católica, con fidelidad a la monarquía, unas veces con tendencia a unirse a España como provincia otras empeñados en la separación definitiva, unas inclinados a la construcción nacional otras partidarios de confederación de pueblos y regiones; podrían señalarse a católicos fervorosos como Torres y Caldas partidarios de esta alternativa como resultado de la lucha de 1810.
No era fácil unir en un solo movimiento revolucionario tendencias tan disímiles, no era fácil llevarlos a una guerra contra la potencia todavía la más poderosa del mundo, no era fácil aglutinar un ejército sin recursos, sin armamento moderno, sin militares experimentados. Eso fue lo que logró Bolívar. Unió, aglutinó, suavizó las diferencias, perseveró, mantuvo el ánimo guerrero, señaló el objetivo fundamental, aprovechó los recursos del medio, entendió el ánimo del pueblo, dirigió la revolución. Bolívar es el Libertador.
Significado del Bicentenario (V) 1810: El Libertador Simón Bolívar
José Fernando Ocampo T., Bogotá, mayo 25 de 2010
Se ha escrito tanto sobre Bolívar que puede resultar fatuo o presuntuoso dedicarle dos o tres columnas en esta serie sobre la Independencia. Pero no hacerlo sería un desconocimiento imperdonable. Bolívar dirigió esta revolución. Bolívar la luchó centímetro a centímetro. Entre 1812 y 1824 recorrió América de Caracas a La Paz una y otra vez, no en automóvil, ni en tren, y menos en avión—sino a caballo, con un contingente de soldados criollos, mulatos, indios, negros esclavos, mal equipados, mal trajeados, mal alimentados, que derrotarían un ejército de Morillo llegado a Colombia con más de quince mil soldados. Hoy, siglo veintiuno, no es fácil atravesar la cordillera oriental de Casanare a Boyacá. Lo logró con llaneros de tierra ardiente hasta la batalla del Puente de Boyacá el 7 de agosto de 1819 y siguió hacia el sur hasta coronar su misión libertadora en 1824. Biografías, historias de la lucha de independencia, bibliografía inmensa, recopilación documental, alusiones permanentes, artículos, columnas de periódico, todo un arsenal medio infinito. Visiones contrapuestas sobre su vida, la de Madariaga o la de Waldo Frank, o la de Liévano Aguirre, o la de Arciniegas, o la de Manzini, o la de Masur, o la de García Márquez, o más recientemente la de John Lynch o Juvenal Herrera, y un archivo documental en América y Europa, inagotable. Fue que Bolívar derrotó en esta tierra la que todavía se consideraba la primera potencia colonial de la época, España.
No importa mucho para la historia su origen familiar, su origen racial, su herencia terrateniente. Bolívar partía de esa realidad colonial. Hasta intentos de biografías psicológicas y psiquiátricas se han intentado de él. En cambio la educación de Simón Rodríguez y Andrés Bello lo marcarían en su primera juventud y en los principios de la revolución. Pero sus contactos en Europa lo pusieron al tanto de la Ilustración, de la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano, de la Carta a los españoles americanos, de las teorías sobre los derechos naturales y el contrato social. En Europa se transformó su mente con las ideas revolucionarias de la burguesía que ascendía al poder político y económico. Su transformación ideológica lo llevó a la decisión fundamental de su vida, la de dedicarse a la liberación de la América española. Y tuvo que sufrir derrotas, destierros, confiscaciones, traiciones, hasta coronar su ideal y su obra. En esas condiciones, en ese terreno, en ese momento histórico, su lucha fue una epopeya.
Resulta trascendental entender que Bolívar fue un unificador. Si no hubiera sido así, la lucha independentista hubiera fracasado. Unificó las ideologías. Unificó las creencias. Unificó las ambiciones. Unificó la lucha. Unificó el ejército. Unificó los generales. Unificó el pueblo. Hoy parece fácil. Pero la lucha ideológica y política llegó a ser tan aguda que Nariño y Torres se trenzaron en la guerra de 1812. Y Bolívar mandó apresar a Miranda y entregarlo a los españoles. Y Sucre fue asesinado. Y también Córdova. Las cuatro tendencias ideológicas que orientaron a los grandes dirigentes de la revolución independentista no eran superficiales, tanto que condujeron en el siglo XIX a cuatro guerras civiles nacionales de gran envergadura. Por eso el papel unificador de Bolívar fue estratégico y fundamental. Unir a monárquicos y a católicos y a enciclopedistas y a demócratas radicales y a quienes buscaban convertir estas tierras en parte de la metrópoli, constituyó una labor titánica e histórica.
Bolívar fue un batallador incansable por un ideal, el de la independencia. Sufrió crisis, afrontó derrotas, superó traiciones, pero con su ejército obtuvo triunfos definitivos en las batallas del Pantano de Vargas, Puente de Boyacá, Carabobo, Maracaibo, Pichincha, Junín, Ayacucho. De él dice Germán Arciniegas: “Esa guerra (la de la independencia) consagró a Bolívar como el guerrero del siglo, más atrevido que Washington, más digno de admiración que Napoleón.” La historia se escribe así, con dirigentes, con héroes, con visionarios, con pueblo, con ingentes sacrificios, con entera consagración, con denodada decisión. Ya desde la fecha de 1810, hace dos siglos, Bolívar se había comprometido con el movimiento desde Caracas y comenzaría con el viaje a Londres de ese año su trabajo por la liberación nacional de la colonia. Sus viajes, sus contactos políticos e ideológicos, su lucha en todos los terrenos, lo llevarían a la dirección de la revolución y al triunfo definitivo de la independencia.
Significado del Bicentenario (VI). 1810: Las condiciones estratégicas de la independencia
José Fernando Ocampo T., Bogotá, junio 1 de 2010
¿Por qué Bolívar, Nariño, Santander, Vargas, Torres y tantos otros, se rebelaron contra la colonia? ¿Por qué en América Española la mayoría de la población estaba con la Corona? ¿Por qué tuvo tanta fuerza la conversión de América en una provincia de España con los mismos derechos de los de la metrópoli? ¿Por qué la monarquía española se apresuró a darle garantías a sus colonias en un intento de impedir su separación? ¿No resultaba mejor para la economía una reestructuración de las relaciones metrópoli colonia que la independencia completa? ¿No era un riesgo inconmensurable una separación sin tener ni siquiera una unidad económica ni un cálculo de las consecuencias que sobrevendrían para la población dispersa y aislada? ¿Simplemente la corriente independentista que se fue radicalizando buscaba asegurar sus intereses de clase afectados por el régimen colonial? ¿Acaso la separación de la metrópoli resolvió la esclavitud y la opresión y la desigualdad y el porvenir de la población pobre y explotada? En esta meditación sobre la independencia es necesario responder y resolver estos interrogantes.
La soberanía implicaba que se constituyera el Estado-nación. Unos límites definidos, un determinado sentido de unidad política, una constitución, una organización estatal, una definición de poderes, un sistema de gobierno, todo sin interferencia extranjera. Ahí estaba la soberanía. A pesar del poder virreinal y de una autoridad colonial, no existía la conciencia de nación, porque no se daban los lazos que la definieran. Ya se ha hecho alusión a la proliferación de gritos de independencia, de Juntas de Gobierno y de diversidad de constituciones, unas monárquicas, otras democráticas, unas a favor de la metrópoli, contra Napoléon, a favor de Fernando VII. De todo. Sin nación, no puede haber soberanía. Bolívar y la mayoría de los héroes de la independencia hubieran podido aceptar la posición de anexión a España con igualdad de derechos, es decir, anexarse al imperio español. Prefirieron luchar a muerte por la separación. Y esta significaba la constitución del Estado-nación, es decir, de la soberanía. Sin soberanía no hubiera sido posible la conformación de la Nación colombiana, ni la venezolana, ni la ecuatoriana, ni la peruana, ni la boliviana. Fue la decisión de la mayoría de los dirigentes de la revolución independentista por la soberanía lo que le dio significado a la lucha del 20 de julio de 1810 hasta 1826.
¿Cuál es el sentido del desarrollo económico? Eliminar la pobreza, garantizar una mínima igualdad en las condiciones materiales de vida para toda la población, garantizar la acumulación social en beneficio de la colectividad, lograr las condiciones del mercado interior, no sin antes satisfacer las necesidades mínimas de una digna supervivencia. El desarrollo del mercado interior de bienes de capital es la clave del desarrollo económico y sin él, la dependencia y la inseguridad de aprovisionamiento para la producción estarán pendiendo de condiciones al margen del control nacional. Bolívar llevó a cabo la revolución política y no se le midió a la revolución económica. Primó el objetivo político, que era fundamental, sobre las propuestas económicas. Mientras Bolívar iba coronando su tarea libertadora hacia el sur, Santander, que había quedado con la responsabilidad política, llevó a cabo el inicio de una revolución educativa, estratégica para el desarrollo económico con la incorporación de Bentham a las escuelas, decisión que lo enfrentaría con Bolívar y que más adelante sería un elemento de división política entre los partidos. Santander no solamente defendió la entrega de la educación al Estado, sino la transformación de su contenido en una perspectiva científica, como lo había hecho la Expedición Botánica de Mutis. Entendió que la educación constituía un elemento fundamental para el avance de la economía nacional.
Y, por supuesto, no tenía sentido la propuesta de convertirse en una provincia de la metrópoli. La lucha interna entre los partidarios de la separación y los partidarios de mantenerse ligados a España fue un elemento de la primera guerra civil, la de la llamada “Patria Boba”. Su unificación en un solo propósito de desligarse de la colonia atravesó por un proceso que costó vidas, que significó derrotas, que condujo a destierros, que produjo traiciones y deserciones. Pero se impuso, posiblemente gracias a la reconquista intentada por la Metrópoli a sangre y fuego, a la decisión de los principales dirigentes de la revolución, al apoyo del pueblo que fue asimilando colectivamente la conveniencia y la necesidad de la independencia total. Se partió de una convulsión ideológica de contornos mundiales, la de la revolución burguesa en América y Europa, por la constitución de Estados nacionales, por gobiernos democráticos, por la participación popular, por separación de poderes y demás. Y, además, por una nueva economía, la de la industria, la de obreros y capitalistas, la de la producción masiva, la de una economía mundial. Recibimos el impulso de la revolución burguesa de Estados Unidos, Francia e Inglaterra, pero carecíamos en ese momento de las condiciones materiales para el desarrollo de una economía industrial. Resolvimos la política y fallamos en la económica. Allí nació nuestra base como nación y nuestro subdesarrollo económico. Se impone examinar nuestra historia a la luz de estos acontecimientos y analizar las condiciones actuales de Colombia como nación independiente.
Significado del Bicentenario (VII). 1810: El dilema del Libertador Simón Bolívar
José Fernando Ocampo T., Bogotá, junio 15 de 2010
El gran dilema de Bolívar fue el sistema de gobierno que debía adoptar para las naciones recién liberadas del yugo colonial. Su revolución victoriosa había sido hija de la Revolución Norteamericana, de la Revolución Francesa y de las ideas libertarias de la escolástica radical enseñada en las aulas de las instituciones educativas de entonces. Pero su íntimo contacto con el pueblo por años de lucha y de recorrido por el norte de Suramérica lo habían llenado de dudas profundas sobre las condiciones concretas de un gobierno eficaz que reconstruyera estas naciones. De allí salió un proyecto de constitución para Bolivia, aristocrático y dictatorial; impuso una dictadura en Perú; entabló un gobierno autocrático en Bogotá. No era extraño. Una corriente monárquica recorría las nuevas naciones. México había declarado su independencia como monarquía. Brasil importaría un príncipe portugués. San Martín se inclinaba también por la monarquía. Miranda había quedado embelesado con las cortes europeas que había recorrido incluyendo el ejército francés al mando de emperador Bonaparte. Se había logrado la liberación de España pero no había acuerdo sobre el sistema de gobierno para los nuevos países. En realidad, los discursos de Bolívar y su correspondencia más conocida, desde la Carta de Jamaica hasta su discurso en el Congreso de Angostura de 1819, dejan un marcado acento monárquico y autoritario. Su admiración por Inglaterra—ya para entonces un imperio colonial—y su sistema de gobierno, superaba todos los límites. Y en sus últimos cinco años de gobierno y de vida mantuvo contactos con los ingleses a favor de una monarquía para la Gran Colombia.
Bolívar mantuvo correspondencia con los delegados ingleses en estos países, en la que declaró su admiración por la corona y sus intenciones monárquicas. Sus declaraciones a favor de Inglaterra y de la corona son numerosas. Como dice Arciniegas: “Lo de Bolívar e Inglaterra es una historia melancólica, dramática.” Y con esa pasión americanista que fue su enseña, añade: “Puso el Libertador toda su esperanza en una potencia extraña a América, con mal pasado colonial, y ni ella misma lo escuchó” (En Bolívar y la revolución, pag. 75). Bolívar negoció la traída de un príncipe con los siguientes cónsules ingleses, enviados del secretario de relaciones exteriores británico, George Canning: capitán Thomas Maling en Lima; el comisionado británico en Lima y Bogotá, Patrick Campbell; Alexander Cockburn, ministro plenipotenciario británico en Bogotá; William Turner, ministro embajador en Bogotá. Su correspondencia con Maling y Campbell no deja dudas sobre su tendencia monárquica y pro inglesa. Al capitán Maling le escribe en 1824: “Ningún país es más libre que Inglaterra, con su bien reglamentada monarquía; Inglaterra es la envidia de todos los países del mundo y el modelo que todos desearían seguir al formar un nuevo gobierno o dictar una nueva Constitución… Deseo que usted tenga la plena seguridad de que yo no soy enemigo ni de los reyes ni de los gobiernos aristocráticos…” Y a Campbell le responde sobre su propuesta de un príncipe inglés en 1825: “Inglaterra es, una vez más, nuestro ejemplo, cuán infinitamente más respetable es vuestra nación, gobernada por reyes, lores y comunes que aquella que cifra su orgullo en una igualdad que no alcanza a suprimir la tentación de ejercerla en beneficio del Estado. … Si hemos de tener un nuevo gobierno, que tenga por modelo el vuestro, y estoy dispuesto a dar mi apoyo a cualquier soberano que Inglaterra quiera darnos” (En J. Fred Rippy, La rivalidad entre Estados Unidos y Gran Bretaña por América Latina (1808-1818).
A finales de 1829, muy cercana su renuncia y su muerte, Bolívar continúa con su idea monárquica, a pesar de la dudas de que su aceptación de un príncipe inglés no le fuera a traer más resistencia en Bogotá y más enemistad de los estadounidenses. Le dice a Campbell: “Estoy muy lejos de oponerme a la reorganización de Colombia según el modelo de la esclarecida Europa. Por el contrario, sería muy feliz y pondría todas mis fuerzas al servicio de una obra que podría llamarse de salvación.” Es en ese contexto cuando Bolívar escribe esa famosa frase contra Estados Unidos, enviada al representante de la monarquía inglesa, nada menos, lleno de temores de una oposición democrática que crecía contra su dictadura, de que fuera a instaurar la monarquía: “¿Qué oposición no sería ejercida por todos los nuevos Estados americanos? ¡Y por los Estados Unidos, que parece destinado por la Providencia a desatar sobre América una plaga de sufrimientos en nombre de la Libertad!” Se trata, pues, de una frase monárquica, utilizada por tirios y troyanos contra Estados Unidos, en ese momento vanguardia de la democracia y de la revolución burguesa mundial—todavía a casi un siglo de convertirse en la potencia imperialista que se apoderaría de Panamá—mientras Europa se llenaba de monarquías que buscaban la restauración del régimen feudal.
No es extraño, entonces, que al dejar Bolívar el gobierno, desilusionado y angustiado, tras conatos de guerra civil, fuera sucedido por el general Rafael Urdaneta y fuera aprobado por unanimidad en su Consejo de Ministros la traída de un príncipe inglés. Eran los monárquicos seguidores radicales de Bolívar, quienes pondrían las bases de guerras civiles y enfrentamientos sin fin durante el siglo XIX hasta la guerra de los Mil Días. Por fortuna, el gobierno inglés nunca estuvo interesado, al final, en la monarquía colombiana soñada por Bolívar y sus incondicionales, muy posiblemente debido a los acuerdos estratégicos con los estadounidenses sobre América por la “doctrina Monroe”, ni en el príncipe que le solicitaba el gobierno de Urdaneta, porque no les merecía ninguna atención. Con la caída del gobierno y la muerte de Bolívar, terminarían en Colombia las tendencias monárquicas.
Significado del Bicentenario (VIII). 1810: La llamada Doctrina Monroe y la independencia de Colombia
José Fernando Ocampo T., Bogotá, junio 21 de 2010
Referirse a la llamada Doctrina Monroe en la historia de América es como levantar una gran polvareda de tendencias, contradicciones, posiciones, enfrentamientos, de una historia de dos siglos. En ella se puede sintetizar la historia moderna de América. Pero eludir su significado puede implicar que se ignore el sentido de la independencia de un pedazo del mundo que pasó por tres siglos de dominación colonial y arriesgar la comprensión de su historia contemporánea. Son varias las dificultades que enfrenta la posibilidad de hacer un planteamiento histórico acertado. Una, la política estadounidense en Colombia desde el robo de Panamá hasta el presente. Otra, la influencia de la historiografía mexicana y cubana posterior a sus dos revoluciones, determinada por las intervenciones de Estados Unidos. Y, además, el cambio histórico operado por Estados Unidos, de vanguardia de la revolución democrática mundial del siglo XIX en una potencia poderosa y agresiva del siglo XX.
Se trata de las relaciones de Estados Unidos con Colombia, sobre las que se pueden distinguir cuatro etapas. La del período de la guerra de independencia de relativa indiferencia hasta el reconocimiento de la soberanía de Colombia en 1822; la del período republicano de alianza estratégica en el siglo XIX, sin interferencia alguna significativa; la del robo de Panamá hasta el final de la Segunda Guerra Mundial con el control del petróleo, el Tratado de Comercio de 1935 atentatorio contra la soberanía y una modernización adecuada a sus condiciones de intervención económica; y desde allí hasta el presente, de dominio sobre la economía nacional en especial por planes de desarrollo de endeudamiento externo, el dominio del capital financiero y la injerencia política permanente hasta el tratado reciente de utilización de las bases militares. Las dos primeras no tienen carácter colonialista o imperialista. Las dos últimas definen el proceso y el ejercicio de dominación indirecta por medios económicos y hasta de posibilidades de una dominación directa. Distinguir el carácter de esta relación con sus características profundamente diferentes, permite comprender el sentido de la Doctrina Monroe.
El debate entre los historiadores colombianos ha sido agudo. Y, en mucho, distingue sus orientaciones políticas y su visión sobre la realidad colombiana contemporánea. Indalecio Liévano Aguirre inspiró toda una tendencia de la llamada “nueva historia”, desde la defensa de Bolívar monárquico hasta la del régimen feudal de Núñez. Germán Arciniegas se mantuvo en una posición americanista que no le perdona a Estados Unidos su transformación en potencia imperialista. Por eso Arciniegas se separa tanto de Liévano Aguirre sobre el carácter de la Doctrina Monroe. Liévano coincide con los historiadores de la revolución mexicana como Carlos Pereyra y José Vasconcelos, para quienes la Doctrina fue siempre un instrumento del expansionismo estadounidense, con lo cual tergiversan su sentido histórico de defensa continental por más de medio siglo, que sí acoge Arciniegas .
Fue Santander, y no Bolívar, en el mensaje que dirige al Congreso de 1824 en calidad de vicepresidente, quien comprendió el sentido del mensaje del presidente Monroe al Congreso de Estados Unidos: “Semejante política consoladora del género humano,” dice, “puede valer a Colombia un aliado poderoso en el caso de que su independencia y libertad fuesen amenazadas por las potencias aliadas. El Ejecutivo no pudiendo ser indiferente a la marcha que ha tomado la política de los Estados Unidos, se ocupa eficazmente en reducir la cuestión a puntos terminantes y decisivos.” Se había formado en 1815 la Santa Alianza de dos potencias feudales europeas y se había recompuesto por la Cuádruple Alianza de Austria, Prusia, Rusia e Inglaterra, a la que se uniría pronto España. Surgía en América el temor y la sospecha de una verdadera alianza de las potencias europeas por la reconquista de América. Por eso Sucre le escribe a Bolívar en medio de la campaña del sur: “En este año veremos el desenlace de Europa, el cual va más que nada a decidir de la América. Todo colombiano debe ahora poner un ojo en el Perú, y otro en la Santa Alianza. Esta maldita coalición de los Reyes de Europa me hacen temer mucho de la existencia de nuestras instituciones; no puede negar usted que más cuidado me da de ellos que de los godos del Perú…Creo que usted cuenta más que demasiado con los ingleses; estos serán como los demás, amigos de tomar su parte, y lo único que harán por su poder será tomar la mejor parte…” (En Arciniegas, Bolívar y la revolución, pag. 130).
En diciembre de 1823, fecha del discurso del presidente Monroe al Congreso sobre la defensa de América, la posibilidad de una reconquista europea no estaba descartada. Pero poco a poco, una tras otra, las potencias europeas fueron reconociendo la realidad de la independencia americana. Y hacia mediados del siglo la historia de América tomó otro giro, una vez alejado el peligro de la reconquista. En América del Norte la recomposición de Estados Unidos con la incorporación de Florida, Louisiana y las provincias de México. En América Central la división en pequeños países después de separarse de México y Colombia. En América del Sur con guerras y transacciones que reestructuraron los límites heredados de la Colonia. Pero al llegar el cruce de los dos siglos, la guerra hispano-norteamericana y el robo de Panamá por Estados Unidos determinan su transformación en una potencia imperialista que se lanza a la conquista de mercados de capital, una vez en el mundo se ha agotado la posibilidad de nuevas anexiones territoriales.
La Doctrina Monroe, entonces, cambia de carácter, se incorpora al del Destino Manifiesto, al de la Enmienda Platt, a la de las invasiones en América Latina. Así lo declaraba Teodoro Roosevelt en su mensaje al Congreso un año después de Panamá: “Un mal crónico, o una impotencia que resulta en el deterioro general de los lazos de una sociedad civilizada, y en el hemisferio occidental, la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe, puede forzar a los Estados Unidos, aun sea renuentemente, al ejercicio del poder de policía internacional en casos flagrantes de tal mal crónico o impotencia.” (Mensaje al Congreso, diciembre de 1904). De allí resultarían las intervenciones de Estados Unidos en Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, México, Guatemala, Panamá, Granada. Y así prepararía las condiciones de su dominio económico con misiones económicas, tratados de comercio, planes de defensa continental y protección de su área de influencia estratégica. Como diría Arciniegas al concluir su artículo sobre Monroe: “Cerrándole el paso al imperialismo yanqui, y colocados en el mismo nivel los Estados Latinoamericanos, se volvería al pensamiento original que de Angostura pasó a Bogotá y de Bogotá a Washington, cuando de norte a sur y de sur a norte lo que se buscaba era una definición continental, hecha con los ingredientes de la república, del gobierno representativo, de la libertad. Es decir: la independencia continental.” (op. cit., pag. 136).
Significado del Bicentenario (IX) 1810: Santander, constructor de la República
José Fernando Ocampo T., Bogotá, julio 1 de 2010
En la lucha de independencia Bolívar y Santander lucharon unidos por un solo ideal, la liberación de América. Ninguno de los dos cedió un ápice en su propósito fundamental de derrotar el colonialismo. En ningún momento hubo una duda sobre el objetivo, una vacilación en su propósito, una conciliación con el enemigo, un intento de negociación a medias, una propuesta de diálogo constructivo con los colonialistas. Ambos batallaron a muerte. Que Santander hubiera preparado las fuerzas en Casanare y hubiera puesto en peligro su vida para mantener vivo el ideal de independencia, constituyó un elemento determinante para que Bolívar dirigiera el paso de la cordillera y cayera sobre los realistas en el Pantano de Vargas y en la batalla de Boyacá. Triunfante la revolución, Bolívar y Santander gobernaron un país que existía todavía en la mente de los triunfadores, pero que no respondía a la realidad de nación unificada. Mientras Bolívar continuaba su misión hacia el sur, Santander se dedicaba a levantar la estructura nacional. Ni en la mente de la población ni en la de los dirigentes existía “nación”. Santander fue quien le dio entidad histórica.
Santander erigió su obra en dos períodos, una como vicepresidente de Bolívar y otra como presidente en ejercicio. Llevó a cabo toda una revolución de las ideas y de las estructuras. Había que derrotar los rezagos de España. Lo logró. Había que estructurar gobiernos regionales que acataran la unidad nacional. Se lo propuso. Había que construir una economía totalmente inexistente. Lo llevó a cabo. Había que educar a un pueblo analfabeta esparcido por todo el territorio de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela. Se dedicó a lograrlo. Así como no existía nación, por eso no existía conciencia de nación. Había que formar la conciencia de pertenecer a una nación, con unos límites, un gobierno, una economía y una cultura. Eso fue lo que se propuso Santander. Pero, a pesar de avatares e intentonas separatistas por dos siglos, la obra que fraguó Santander, permanece para su honor y gloria. Fue el constructor de Colombia, por dentro y hacia fuera.
Pero Santander fue un demócrata, en el momento en que la democracia se levantaba contra la monarquía y la nobleza. Esa se constituyó en una contradicción insalvable con Bolívar. Ni dictadores, ni reyes, ni príncipes, fue para Santander un propósito vital. Su modelo de gobierno no era la monarquía inglesa, por más avanzada que pareciera, como lo fue para Bolívar, sino la democracia estadounidense, que había estudiado, que había visitado y que consideraba el modelo de gobierno moderno. Un modelo que tenía que ser acondicionado a una nueva realidad. No se trataba de si era extranjera o nacional. Era el tipo de gobierno y de organización que respondía a la revolución democrático burguesa y que representaba la vanguardia mundial. Bolívar se equivocó en imponer la dictadura, en coquetear con la monarquía, y en idear para los pueblos americanos un modelo de gobierno señorial y vitalicio. Mientras el Libertador dudaba de la categoría de los pueblos recién liberados, Santander lo que hacía era estructurar la nación y poner a marchar las estructuras políticas y económicas del futuro. Eso fue lo que fue, un constructor estratégico de futuro. Gloria a Francisco de Paula Santander.
También fue un americanista. A pesar de haber recorrido las cortes europeas en el exilio al que lo había condenado Bolívar, después de acusarlo del atentado contra su vida, de condenarlo a muerte y de conmutarle la pena capital por el destierro, se convenció más a fondo del gobierno democrático una vez se puso en contacto con los grandes revolucionarios de Estados Unidos. Por eso su reacción enérgica a favor de la doctrina Monroe y, por eso, también, su agria contradicción con un Congreso Anfictiónico de Panamá que Bolívar había convertido en una idea americana sin la mitad de América, a favor de los ingleses que se habían ya unido a la Santa Alianza y a la Cuádruple Alianza. Por eso Santander no dudó un solo momento en ponerse a tono con la idea de Adams y Monroe de una “América para los americanos”, como una muralla contra cualquier intento de reconquista. Si repudiaba la monarquía, también repudiaba la reconquista europea.
Pero ninguna obra más estratégica de Santander que la revolución educativa que llevó a cabo. En un país medio poblado, Santander había construido para 1827 cincuenta escuelas lancasterianas—las más avanzadas de la pedagogía mundial—y más de cuatrocientas tradicionales, en un país de analfabetas, en donde las únicas instituciones educativas eran las de la Iglesia. Tengo que citar a Germán Arciniegas, como en notas anteriores, porque ha profundizado en la obra educativa revolucionaria de Santander: “La obra de educación que realizó Santander entonces es más vasta y radical que la que, años más tarde convierte a Sarmiento en el gran educador del Sur. Entusiasmado por el sistema de Lancaster, que contemplaba la multiplicación de los maestros haciendo que los escolares se vieran pronto en condición de convertirse en maestros, trajo a Colombia al fraile Mora, liberal español que en Londres había aprendido el sistema de los labios mismos de Lancaster, y lo puso al frente de las tres escuelas pilotos—las de Bogotá, Caracas y Quito—que debería extender el sistema a toda la Gran Colombia. Trajo de Francia al naturalista Boussinglault, al médico Francisco Desiderio Ruouillin, para que enseñaran en la universidad, y puso a Pedro Cornettant al frente de la escuela normal. Creó el Museo y la Biblioteca nacionales. Fundó las universidades de Popayán, Medellín y Cartagena, y colegios en Panamá, Cali, Tunja, Ibagué, Pasto, Valencia, Tocuyo, Angostura, Cumaná, San Gil, etc.” (Arciniegas, Bolívar y Santander, vidas paralelas, Planeta, pag. 156). Había traído al país las obras del filósofo inglés Jeremias Bentham, lo más avanzado de la época, para enseñarlas en las escuelas y universidades y reemplazar la escolástica medieval. Constituyó otra revolución, la ideológica.
Santander fue un revolucionario de visión estratégica, en la política, en la economía, en la cultura y en la educación. Bolívar fue el dirigente de la revolución contra la colonia. Santander fue un constructor de la nueva nación.
Significado del Bicentenario (X). 1810: el siglo XIX preservó la independencia
José Fernando Ocampo T., Bogotá, julio 18 de 2010
Colombia fue plenamente independiente durante el siglo XIX. El país no perdió lo que había ganado el 7 de agosto de 1819, a pesar de los peligros y las amenazas de reconquista provenientes desde Europa. Ninguna potencia extranjera retomó el control colonial que había dejado España. Tenía el país que definir y defender sus límites nacionales. Era necesario transformar la organización colonial. Se imponía la necesidad de una organización estatal. Hacía falta una economía interna. Había que unificar las constituciones regionales y adoptar una de carácter nacional. Sin una condición definida de Estado, resultaba imposible hablar de gobierno y de leyes. A dos siglos de distancia toda esta organización de país hoy se da por descontada. En ese momento era crucial. Entonces emergieron aquellas concepciones que habían permanecido subterráneas o apaciguadas en la lucha por la independencia y proliferaron los conflictos. Rápidamente fue descartada la alternativa monárquica propiciada por Bolívar y Urdaneta. Y de entrada se planteó como un elemento fundamental la relación del Estado recién fundado con la Iglesia Católica, cuyas raíces provenían de la Colonia. A medida que fueron aflorando las contradicciones y fueron fundamentándose las distintas posiciones frente a la dirección del Estado y a la estructuración económica del país, aparecieron los partidos políticos, el Partido Liberal y el Partido Conservador, cada uno de ellos con posiciones ideológicas que definirían el rumbo nacional en medio de luchas políticas y guerras civiles.
Un elemento fundamental de la nueva Nación fue el económico. Debería haber tenido prioridad el impulso de la industrialización que tomaba auge en Europa. Para ello se requerían transformaciones fundamentales en la agricultura y en la economía artesanal, porque dependía de una acumulación de capital que no existía en el país y de la división del trabajo que significaba el desarrollo de una clase proletaria, libre de la propiedad privada de medios de producción propia de la artesanía. Tomás Cipriano de Mosquera entendió que para ello era necesaria la transformación radical de la propiedad agraria y, para ello, expropió las tierras amortizadas de la Iglesia que consideraba el obstáculo fundamental para una reforma agraria. Para la acumulación de capital, sin la cual resultaba imposible una inversión en industria capitalista, se imponía abrirle el paso al libre mercado, en ese momento histórico el medio expedito para lograrla. Mosquera, con su ministro Florentino González, rompió la oposición del artesanado, enemigo de la transformación industrial y abrió paso a la acumulación con base en la liberación del comercio. Los avatares procelosos del período de la política radical entre 1863 y 1880, se convirtieron en un obstáculo para la consecución de resultados económicos deseables. El advenimiento de la Regeneración dirigido por Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro condujo el país a un estancamiento económico de medio siglo. La industrialización del país se retrasó y vino a desarrollarse en condiciones ya muy desfavorables. A Núñez le aterrorizaba un posible surgimiento del proletariado industrial al que había visto organizarse por toda Europa en sindicatos y huelgas por mejores condiciones de vida.
La alianza política que había logrado Bolívar en la lucha independentista entre enciclopedistas, partidarios de la Revolución francesa, demócratas radicales de modelo estadounidense, monárquicos, católicos fundamentalistas, católicos progresistas, se volvió pedazos una vez la Nación tomó su marcha. Quizás ninguna contradicción tan aguda como la religiosa, demarcada por los intereses económicos de la Iglesia, de los terratenientes y el campesinado. Ni siquiera la carta de Mosquera a Pio IX explicándole el sentido de su reforma agraria y manifestándole su condición de católico, lograron impedir su excomunión y la rebelión del Partido Conservador, de los obispos y de los párrocos por todo el país contra la desamortización de las tierras. ¿No fue acaso producto de ello la rebelión del Partido Conservador en la guerra de 1876 contra la reforma educativa de los radicales, cuyos seguidores organizaron los ejércitos con títulos de santos y denominaciones de la Virgen, en una especie de guerra santa? Toda ese levantamiento condujo al triunfo de Núñez, a su alianza con el sector fundamentalista del Partido Conservador dirigido por Caro, a la Constitución del 86, al Concordato con la Iglesia, sobre la base de la recuperación de las tierras, del control absoluto sobre la educación y, por supuesto, sobre la bendición al matrimonio de Núñez con Soledad Román. Núñez derrotó al Partido Liberal en la guerra del 85, lo redujo a la mínima expresión con la ayuda decidida de Caro, impuso un régimen dictatorial y llevó la economía a un estancamiento secular. Un punto estratégico le dio el triunfo: su oposición fundamental contra el federalismo de los radicales heredado de la Constitución de Rionegro.
Una nota sobre la educación. Cada vez que la política tomó un rumbo contrario al anterior, un sector que sufrió de inmediato, fue el educativo. La secularización de la educación de Santander enfrentó todo tipo de embates, fue desmontada y vuelta a establecer una y otra vez. Entre el carácter secular y el control religioso siempre tuvo sus efectos cada guerra y cada gobierno de régimen político contradictorio. La última fue la ya mencionada reforma de 1870 de los radicales liberales. Con la Constitución del 86, el Concordato y la hegemonía de la Iglesia Católica, sucumbió y no vino sino a liberarse de amarras concordatarias hasta avanzada la segunda mitad del siglo XX. Contra el control ejercido por la Iglesia durante la Colonia vino la reforma de Santander; contra los ires y venires de cada control político surgió la reforma de los radicales; contra el carácter secular Núñez impuso el control eclesiástico por casi un siglo. La educación siempre constituyó un foco de lucha y enfrentamiento entre el Partido Liberal y el Partido Conservador.
De todas maneras, entre 1819 y 1903, la soberanía nacional ganada con la lucha de independencia que se inició el 20 de julio de 1810, se conservó incólume.
Significado del Bicentenario (XI): La pérdida de Panamá en 1903, una tragedia histórica
José Fernando Ocampo T., Bogotá, agosto 5 de 2010
La pérdida de Panamá fue la tragedia más grande de la historia nacional. Cien años después ya no sentimos lo que significó aquella desmembración. Panamá lleva más de cien años como nación separada de Colombia. Pero su separación tiene que ver con el tema central de la conmemoración de 1810 y de la independencia nacional. Significa un punto de quiebre en las relaciones de Colombia con Estados Unidos y determina una modificación sustancial en el carácter de la nación norteamericana, cuando asciende al escenario de la lucha por la hegemonía mundial. Estados Unidos carece en ese momento de colonias y, para competir en el mundo como potencia, se abre camino principalmente en América Latina, gracias al poderío de su capital financiero, pero no pocas veces mediante intervenciones directas de sus fuerzas de ocupación y de apoyo a las dictaduras militares del continente hasta la segunda mitad del siglo XX cuando se convierte en la primera potencia militar de la historia. Fue con ella, y no con Panamá, con la que negoció el gobierno colombiano de Carlos E. Restrepo la entrega de Panamá en el tratado Urrutia-Thompson de 1914.
Al menos ocho personajes que eran o llegarían a ser presidentes tuvieron que ver en la traición que condujo a la pérdida de Panamá. José Manuel Marroquín y Rafael Reyes son los principales, el primero porque miró pasivamente el atraco, y el segundo porque eludió su responsabilidad de retomar el Istmo con el ejército como se lo ordenó el Congreso y se lo exigió la protesta popular. Pero están también, José Vicente Concha, embajador en Washington que no protestó el atentado por consideraciones diplomáticas; Pedro Nel Ospina, miembro de la comisión Reyes que fue a mendigar la devolución a los traidores panameños; Marco Fidel Suárez, negociador del Tratado definitivo Urrutia-Thompson que terminó señalando a Estados Unidos como la “estrella polar” hacia la que debía orientarse este país; Miguel Abadía Méndez, ministro de guerra el impávido Marroquín; y Jorge Holguín y Ramón González Valencia, negociadores de la devolución de Panamá y del Tratado Urrutia-Thompson, respectivamente. Esta historia lamentable de los presidentes está por escribirse.
Estos son los presidentes, pero faltan los políticos. En la tragedia de Panamá la historia pudo ser diferente. Si el jefe del liberalismo Benjamín Herrera no se rinde en Panamá en 1902 cuando estaba ganando la guerra contra el régimen conservador; o si el ejército colombiano en Panamá defiende los intereses de la Nación; o si Reyes, como general en jefe del ejército, cumple la misión de dirigirlo para marchar sobre el Istmo; o si los negociadores plenipotenciarios de Colombia no entregan la soberanía en el tratado Herrán-Hay; lo más seguro es que Panamá hubiera seguido siendo parte del territorio patrio. La principal equivocación del Gobierno colombiano fue considerar que había que entregar el canal a cualquier precio a Estados Unidos, aún a costa de la soberanía territorial. Sin embargo, dos personajes son especialmente responsables de prolongar esa traición, Guillermo Valencia y Rafael Uribe Uribe. Ambos fueron enviados como delegados a la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro en 1906, sólo a tres años del despojo. Ni protestaron allí por la presencia de Estados Unidos, ni utilizaron la diplomacia para unir a los latinoamericanos en la defensa de la soberanía colombiana, ni dejaron constancia alguna por el atentado cometido. Al contrario. El informe oficial de la delegación firmado por Uribe Uribe termina declarando su “amor” a la delegación estadounidense: “Contra los pronósticos pesimistas de muchos que auguraban una política egoísta, absorbente e imperiosa de los Estados Unidos de América en el seno de la Conferencia; contra el deseo acaso de los que en muchas partes la anhelaban, para salir verídicos en sus afirmaciones antiyanquistas, la conducta de los representantes de la república del Norte, ha sido inspirada en su conjunto como en el más insignificante de sus detalles, por el más elevado, noble y desinteresado amor al bienestar común. Por ninguna parte ha aparecido la más leve insinuación de imperio, el menor gesto de desdén hacia una nación débil, la más insignificante tendencia a beneficiarse desde el punto de vista comercial, con algún acto impuesto a la asamblea. Dando un hermoso ejemplo del más puro sentimiento republicano, nos han tratado a todos en el mismo pie de igualdad, han hecho uso de una exquisita tolerancia, y en casos en que habrían podido tomar iniciativas incontrastables, han preferido adherir modestamente a las fórmulas de conciliación. El gran trust panamericano, predicho por algunos, no ha aparecido por ninguna parte. La delegación americana ha dado esta vez el inesperado espectáculo de hacerse amar irresistiblemente, aun de sus adversarios naturales.” (Uribe Uribe, Por América del Sur, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Editorial Kelly, 2 vols, Bogotá, 1955, t. I, pag. 135). Como premio, el gobierno de Carlos E. Restrepo lo nombraría negociador del fatídico tratado Urrutia-Thompson de 1914 y ese mismo año caería asesinado en la carrera séptima de Bogotá.
Pero muchos colombianos defendieron a Panamá con valentía y consecuencia. Hay que hacer honor a Juan Bautista Pérez y Soto, panameño y senador, que luchó sin descanso contra los gobiernos de Marroquín y Reyes por su traición; a Oscar Terán, panameño y representante a la Cámara, autor de la mejor obra sobre la pérdida de Panamá; a Miguel Antonio Caro que hizo una defensa impecable de los derechos de Colombia sobre Panamá en el Congreso de 1903; a los senadores que improbaron el Tratado Herrán-Hay; a los miembros de la sociedad La Integridad Colombiana fundada por Fabio Lozano Torrijos para defender la soberanía de Colombia sobre Panamá; a la Asamblea de Panamá que votó en contra de la separación; al general Diego Ortiz con su contingente listo en la aldea chocoana de Titumate a recuperar por tierra el territorio perdido; a los indígenas de San Blas en Panamá que se unieron al ejército de Titumate; a Diego Mendoza, nombrado embajador en Washington por Reyes, pero destituido y perseguido por defender los intereses colombianos. Y también honor a los 100.000 voluntarios que se alistaron en el ejército de liberación; a Pedro A. Cuadrado y Eleazar Guerrero, prefecto y alcalde de Colón que se negaron a colaborar con los nuevos amos; y al pueblo de Bogotá que se amotinó contra Marroquín; y a los de Barranquilla y Magangué que se levantaron a su paso contra todos los traidores: Pompilio Gutiérrez (general de la República que prefirió seguir a Cuba por unos novillos y no dirigir la tropa acantonada en Colón); Cortés (delegado por Reyes para firmar el tratado Cortés-Rooth); Vásquez Cobo (que como ministro de guerra de Marroquín persiguió a los manifestantes y buscó al delegado gringo a su paso por Barranquilla para congraciarse con él); Antonio José Uribe, Suárez y Uribe Uribe (negociadores del tratado Urrutia-Thompson que negociaron a Panamá por 25 millones de dólares y la entrega del subsuelo petrolero). El movimiento popular por la traición que sobrevivió a los gobiernos de Reyes, Concha, Suárez y Ospina, logró aplazar la aprobación de la entrega de Panamá hasta 1924, fecha de su reconocimiento como nación independiente.
Ya Panamá no es Colombia. Pero su robo por Estados Unidos inicia la historia de un país que se convirtió de vanguardia de la revolución democrática en 1784 con su independencia de Inglaterra, en un imperio que impone su hegemonía con el capital y la fuerza de las armas por todo el mundo. Y en Colombia, su pérdida progresiva de soberanía durante el último siglo.
Significado del Bicentenario (XII) ¿Y la independencia en la primera mitad del siglo veinte?
José Fernando Ocampo T., Bogotá, agosto 26 de 2010
El robo de Panamá por Estados Unidos dividió en dos la historia moderna de Colombia, como lo había hecho un siglo antes la independencia de España. Todos los detalles de este acontecimiento trascendental para la historia contemporánea así lo prueban. De ahí en adelante el problema de la soberanía se convierte en la piedra de toque del devenir histórico nacional. Cada acontecimiento fundamental del último siglo queda referido a la preservación o no de la independencia, conquistada en 1819 y sostenida hasta 1903. La construcción de la economía, la estructura política, las reformas constitucionales, los conflictos internacionales, el desarrollo social, las ideologías, apuntan a una relación fundamental, la de la entidad de Colombia como Nación independiente. Primero fue la conclusión del conflicto sobre el canal. Segundo fue la modernización de la economía. Tercero fue la explotación de los recursos nacionales. Cuarto fue el conflicto mundial contra el fascismo. Quinto fue la contradicción antagónica entre el Partido Liberal y Conservador a punto de guerra civil. Pero lo que determina y define la independencia y la soberanía desde entonces, es la relación de Colombia con Estados Unidos. Y así es para toda América Latina.
Teodoro Roosevelt fue quien definió el carácter de Estados Unidos en el siglo XX. Al incluirle un corolario a la Doctrina Monroe, el Corolario Roosevelt, según el cual se destinaba a proteger los ciudadanos y los negocios de los estadounidenses en el hemisferio, ya no constituía una defensa de los americanos contra la reconquista europea, sino la constitución de una América para los norteamericanos. Hubo otro Roosevelt, Franklin Delano, quien con la política del buen vecino, intervino lo mismo que los presidentes anteriores, Taft, Wilson y Hoover. Se tomaron a Cuba, instalaron allí a Batista—al que Roosevelt llamaría “esa figura extraordinariamente brillante y hábil”—en República Dominicana a Trujillo, en Nicaragua a Somoza, invadieron a México en 1914 y 1920, tramaron el asesinato de Sandino, apoyaron las dictaduras de Venezuela, Argentina, Chile y Brasil y convirtieron a Haití en un protectorado. Fueron más de veinte intervenciones directas antes de la Segunda Guerra Mundial. Esgrimieron todos los motivos imaginables. Pasaron del argumento de la seguridad nacional al de la defensa contra el fascismo de Mussolini y Hitler. Combinaron las intervenciones directas con la adecuación de las economías latinoamericanos a las necesidades de la importación de capital. Para ello utilizaron la misión Kemmerer por varios países de América Latina—dos veces en Colombia—para estructurar las economía a las necesidades del capital financiero estadounidense. El mismo Franklin D. Roosevelt lo confesaba: "Los bancos de New York, ayudados por los viajes del Profe¬sor Kemmerer a varias repúblicas, obligaron a la mayoría de éstas a aceptar empréstitos innecesarios a tipos exorbitantes de interés y pagando fuertes comisiones." Colombia tendría que declarar una moratoria de la deuda por menos de doscientos millones de dólares que puso al país en peligro de una invasión por presiones de los Tenedores de Bonos Extranjeros de Estados Unidos. A eso se le llamó la “danza de los millones”, en lo que terminó la fórmula de Kemmerer. En estas condiciones, sólo nos libraría de una invasión la crisis económica del país del Norte.
Colombia se sometió a la estrategia expansionista de Estados Unidos de 1903 a 1942. Entregada Panamá sin pena ni gloria por veinticinco millones de dólares, cada uno de los gobiernos siguientes se orientó a buscar la mejor adecuación del país al ingreso del capital estadounidense en todas las formas. Estados Unidos buscaba comercio de mercancías, exportación de capitales, materias primas y petróleo. El presidente Suárez definió la política exterior con su famoso “Respice Polum”—miremos hacia ese país del Norte que nos llenará de beneficios. Pedro Nel Ospina iniciaría la famosa “danza de los millones” con la bolsa de Nueva York dirigida a una modernización adecuada a las necesidades de inversión norteamericana. Abadía Méndez defendería a la bananera United Fruit Company contra los trabajadores pagados con sueldos miserables. Olaya negociaría desde su embajada de ocho años en Washington la entrega del petróleo. López Pumarejo mejoraría aún más las condiciones de las petroleras y firmaría el primer tratado de Comercio con Estados Unidos en 1935 que atentaba contra la incipiente industria nacional, a cambio de unos centavos en el precio del café. López se ajustó a la medida de los tratados de comercio definidos por la Ley de Convenios Comerciales aprobada por el Congreso de Estados Unidos en 1934, a la que de inmediato se ajustarían también Cuba, Brasil y Argentina. Colombia le dio el tratamiento de “nación más favorecida”, redujo al mínimo las tarifas aduaneras a los productos estadounidenses y liberó los impuestos proteccionistas de los productos exportados. No sería sino el ingreso de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial en 1942 lo que impediría el funcionamiento pleno del Tratado. Pero en 1949 el ministro de hacienda de Ospina Pérez, Hernán Jaramillo Ocampo, declararía nulo este tratado por considerarlo depredador de la economía nacional.
Colombia no sufrió exclusivamente el embate de Estados Unidos por actos de intervención directa y de dominación económica. El sector del Partido Conservador dirigido por Laureano Gómez se convirtió en un defensor de las ideas fascistas de moda en Europa desde el ascenso al poder de Mussolini en Italia después de la Primera Guerra Mundial. A Gómez le tocó el ascenso de Hitler siendo embajador en Alemania y quedó fascinado con las ideas del nacional socialismo. Rápidamente el fascismo se expandió por Europa: Austria, Hungría, Polonia, Rumania, Bulgaria, Grecia y llegaría al Japón. Y en América Latina tomaría fuerza en Brasil, Argentina, Paraguay y Chile. El periódico El Siglo asumió el papel de promotor del fascismo europeo. El Partido Conservador quedó dividido entre los fascistas y los pronoteamericanos. Ese fue el enfrentamiento entre Gómez y Mariano Ospina Pérez. Y de allí surgieron las amenazas del laureanismo contra los gobiernos de López Pumarejo, de intentos de guerra civil, que terminarían en la renuncia de López en 1945. Allí se pueden encontrar las raíces del enfrentamiento del Partido Liberal contra el gobierno de Laureano Gómez en 1950, de carácter corporativista, militarismo, poder absoluto, arbitrariedad, antiparlamento y personalista.
En estas condiciones estalló la Segunda Guerra Mundial en 1939. Pero Estados Unidos no entró sino después del ataque de Japón a Pearl Harbor en 1942. América Latina se dividió entre los países que apoyaban a los aliados en la guerra y los que defendían la neutralidad exigida por Alemania. Contra la férrea oposición del fascismo criollo, el presidente Eduardo Santos alineó el país con los aliados, ya al finalizar su período. Siempre había estado en su carrera política, desde su apoyo al gobierno republicano de Carlos E. Restrepo, con Estados Unidos. Y había apoyado toda la política de modernización imperialista de los gobiernos conservadores. Durante su gobierno continuó la entrega del petróleo a las multinacionales estadounidenses. Su paso del liberalismo al republicanismo y de este de nuevo al liberalismo, contribuyeron a las divisiones del Partido Liberal en este período, principalmente enfrentado con el lopismo. De todas maneras, Estados Unidos quedaría absorbido por su lucha en Europa y el Pacífico durante la guerra.
La primera mitad del siglo XX es el período de una modernización que adecua el país a las condiciones del dominio de Estados Unidos sobre Colombia y determinan la pérdida progresiva de la independencia que comenzó en 1810.
Significado del Bicentenario (XIII). Una mirada al presente y el futuro de Colombia
José Fernando Ocampo T., Bogotá, septiembre 15 de 2010
Esta mirada a la historia del bicentenario de la independencia en doce entregas conduce a una pregunta fundamental: ¿Por qué Colombia sigue siendo hoy un país subdesarrollado? Y esta pregunta conduce a un examen del atraso económico de la Nación, al proceso de ´desindustrialización´ progresiva que sufre Colombia, al atraso inmisericorde del campo, a la pavorosa concentración de la propiedad agraria, a la ausencia total de una industria de bienes de capital y alta tecnología, a la persistencia de la pobreza de la población hoy en un 60%, a los escandalosos niveles de miseria hoy en un 20%. Hace cincuenta años China era uno de los países más pobres de la tierra, sin comparación con Colombia y lo mismo India sumida en la hambruna. Hoy son dos potencias económicas. Hoy compiten con Estados Unidos, Japón y la Europa desarrollada.
¿Por qué a Colombia no le sirvió la independencia para convertirse en un país desarrollado y próspero? Pueden darse innumerables respuestas a este interrogante fundamental. Pero queda clara una cosa. Quienes han dirigido el país en el siglo XX fracasaron. Ni el Partido Conservador hasta 1930, ni el Partido Liberal hasta 1945, lograron sacar el país del atraso. La segunda mitad del siglo XX y lo que va del siglo XXI, del Frente Nacional en adelante, han experimentado enormes transformaciones económicas y sociales, pero ninguna ha sido suficiente para sacar el país del atraso económico. En agricultura el país no alcanza a alimentar su población. En industria no hay una sola empresa nacional de bienes avanzados de capital. En comunicaciones depende del capital internacional. En transporte acabó con el ferrocarril en lugar de modernizarlo. Sus vías de comunicación—primarias, secundarias y terciarias—son deplorables. Sus recursos naturales—petróleo, carbón, minería—entregados al capital extranjero en condiciones de expropiación. Su banca convertida en el más puro capital financiero y, parte de ella, en manos de capital internacionalizado. El país tiene que preguntarse qué es lo que ha pasado aquí.
Desde 1951, cuando el Banco de Reconstrucción y Fomento—después Banco Mundial—elaboró el primer plan de desarrollo, el llamado plan Currie, cada gobierno ha presentado uno cada cuatro años. Sin mucho esfuerzo intelectual, resulta sencillo el análisis del término “de desarrollo” para descubrir que no ha significado sino planes de endeudamiento externo. Antes de 1951, la deuda externa del país no pasó de los doscientos millones de dólares escasos que condujo a la famosa moratoria y a la amenaza de invasión por parte de los Tenedores de Bonos Extranjeros de Estados Unidos y que impuso la presidencia de Enrique Olaya Herrera, como quedó consignado en la Circular Especial del Departamento de Comercio de Estados Unidos. Resuelta la moratoria y pasada la Segunda Guerra mundial, el endeudamiento se dispara en una forma alarmante. Comienza en la década del cincuenta. Pero es el Frente Nacional, con el acuerdo bipartidista antidemocrático, durante el cual el país se alinea en forma irrestricta con Estados Unidos en su lucha por la hegemonía mundial, lo que dispara el endeudamiento y la sumisión a los organismos internacionales de crédito en la orientación de la economía nacional. Para 1985 alcanzaba la suma de 8 mil millones de dólares. En 1990 ascendía a 18 mil millones de dólares. Veinte años después, llega a la inalcanzable suma de 55 mil millones de dólares. Con el dólar a mil ochocientos pesos, tal como está hoy a mediados de 2010, equivale a 100 billones de pesos; pero si estuviera a dos mil, ascendería a 110 billones de pesos; y si llegara a tres mil pesos, quedaría en la astronómica suma de 165 billones de pesos. Estaría en niveles entre el 30% y el 50% del producto interno bruto del país. Una barbaridad.
La esencia de la economía mundial dominada por diez o doce países, consiste en garantizar la exportación de capitales y de mercancías elaboradas desde allí con tres propósitos fundamentales, el de contrarrestar el bajo rendimiento del capital, el de resolver ese “sísifo” económico de la superproducción industrial que padecen y el de aprovechar la mano de obra barata de los países subdesarrollados. Los organismos internacionales de crédito—llámense Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Agencia Internacional del Desarrollo, Banco Interamericano de Desarrollo—cumplen el papel fundamental de apretar el cumplimiento de las políticas económicas, sin el cumplimiento de las cuales los países subdesarrollados se convertirían en los competidores de los poderosos. Durante la crisis de la década del 80 del siglo pasado, quedó claro que los países de América Latina estaban transfiriendo capital, por este proceso, a los países desarrollados y sufriendo un proceso de pauperización inocultable. Así se cumple el mito griego de un eterno retorno, los países dominantes de la economía mundial impulsando un desarrollo económico suficiente de los países pobres, única forma de poder exprimir las riquezas y el capital, pero impidiendo por medio de instrumentos económicos y no económicos su conversión en competidores. Hace un siglo, en momentos de una transformación de la economía mundial y de la aparición de nuevas potencias, Lenin denominó ese fenómeno “imperialismo” o la transformación del colonialismo directo de los siglos anteriores en el del dominio indirecto basado en el capital financiero, un poder que se separa cada vez más de la producción y exprime las economías atrasadas. En Colombia, Estados Unidos lo preparó sistemáticamente por medio siglo, lo ha disfrutado otro tanto y lo ha aplicado en forma minuciosa con el apoyo abierto y decidido de la dirigencia política y económica.
No se entiende cómo este país tiene que importar diez millones de toneladas de alimentos. El caso del trigo, un alimento esencial para la vida humana, es de un dramatismo histórico pavoroso. Por la Alianza para el Progreso de los años sesenta del siglo pasado, Estados Unidos le impuso a Colombia la importación de sus excedentes de grano. Argumentaban los gobiernos y los técnicos que el país no podía producir buen trigo y en condiciones de buena rentabilidad. Se convirtió en importador neto de trigo. De la sabana de Bogotá, que era una despensa alimenticia, desapareció el producto en menos de diez años y fue reemplazado velozmente por cultivos de flores y el país llegó a ser un gran exportador de adornos florales en lugar de productor de alimentos. Cuando la extinguida Unión Soviética afrontó la escasez de trigo a finales de los años ochenta y tuvo que someterse a las condiciones de su contrincante estratégico—Estados Unidos—para alimentar su población, las condiciones de precios relativamente favorables del trigo desaparecieron. Y Colombia ya carecía entonces de trigo para reemplazar las importaciones. Ha ido pasando igual fenómeno con otros productos, o porque han desaparecido y hay que importarlos o porque se han firmado acuerdos de importación en detrimento de los productores nacionales. Un caso dramático es el arroz. Pero han ido esfumándose el algodón, el sorgo, la solla, el cacao, el maíz, la cebada y hasta hemos empezado a importar el mismísimo café. No se diga nada en caso de que se llegue a aprobar el TLC en el Congreso de Estados Unidos, con el que se derrumbaría así mismo el resto de la agricultura, se afectaría la producción de pollos, cerdos, ganado de carne y casi todo el campo. Es que se está convirtiendo Colombia, un país agrícola, en un país sin alimentos y sin materias primas provenientes del campo.
Esto no fue lo que se propusieron los grandes combatientes de la Independencia. Nos sacudieron del yugo colonial con el propósito de hacer un país próspero capaz de satisfacer las necesidades de su población y con niveles de vida adecuados a una vida humana digna. Los últimos sesenta años de historia nacional—para ponerlo en términos más concretos—desde el asesinato de Gaitán, nos han dejado en el subdesarrollo, nos han mantenido en la pobreza, ha aumentado la dependencia del extranjero en todo tipo de recursos, ha caído el país en manos del sector financiero improductivo, hemos entregado la soberanía a pedacitos, la independencia ha quedado despedazada.
Pero no soy pesimista. A todos los grandes imperios les ha llegado su hora de decadencia y caída. Eso también les pasará a los dominantes de hoy. Países sumidos en la miseria y la desgracia se han levantado y han salvado su gente. Si Bolívar y Santander y Nariño y Torres y tantos combatientes creyeron en el futuro, no cedieron un ápice en sus principios de soberanía, no negociaron con el enemigo, entregaron todo por salvar su patria, derrotaron la primera potencia mundial de entonces, tiene que estar viva la esperanza y tiene que estar firme la decisión de hacer de Colombia una patria soberana y próspera. El estudio de la historia no consiste en satisfacer un prurito intelectualista, sino en aprender de ella para no repetir los fracasos y proseguir los éxitos. Este ha sido el propósito al escribir estos doce ensayos sobre el Bicentenario del grito de independencia de 1810.
Significado del Bicentenario (XIV) 1810: Cronología de la independencia y bibliografía
José Fernando Ocampo T., Bogotá, octubre 29 de 2010
De 1780 a 1810: antecedentes de la independencia
1780:
Noviembre, rebelión de Tupac Amaru en el Perú.
Octubre-diciembre, protestas campesinas en Simacota, Mogotes y Charalá.
1781:
Marzo, Manuela Beltrán rompe el edicto real en el Socorro.
Mayo, Tupac Amaru es ejecutado en el Cuzco.
Mayo, victoria comunera en Puente Real.
Junio, aprobadas las capitulaciones de Zipaquirá.
Septiembre-octubre, Galán organiza la reiniciación de la lucha comunera.
Octubre 13, Galán es capturado en Onzaga.
1782:
Febrero, Galán es ejecutado en Santafé.
Marzo, se inicia la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada.
1786:
Francisco Miranda viaja a Europa en busca de apoyo para la independencia.
1789:
Julio 14, toma de la Bastilla en París.
Diciembre 13, la Inquisición de Cartagena prohibe la lectura y publicación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
1793:
Diciembre, Nariño publica la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Ejecución de Luis XVI en Francia.
1794:
Agosto 29, Nariño es puesto en prisión y son embargados sus bienes.
1795:
Julio 29, Nariño presenta su defensa ante el tribunal de la Inquisición.
Diciembre 19, Nariño es condenado a prisión en África.
1804:
Enero, independencia de Haití.
Código Napoleónico en Francia.
1808:
Mayo, abdican los reyes de España a favor de Napoleón quien designa a José
Bonaparte como rey de España.
Juntas en las provincias españolas.
Septiembre, muere José Celestino Mutis.
1809:
Mayo, revolución en Chuquisaca, Bolivia.
Agosto, rebelión en Quito, fiel a Fernando VII.
Nariño se escapa de Cádiz y vuelve a Santafé.
Nariño es apresado y enviado a los calabozos de Cartagena.
De 1810 a 1819: la lucha por la independencia
1810:
Abril, levantamiento en Caracas a favor de Fernando VII.
Mayo, llega a Cartagena el comisionado Francisco Villavicencio.
Mayo, Junta Superior de Cartagena y aprisionamiento del gobernador Montes.
Mayo, revolución en Buenos Aires.
Julio 20, trifulca y gritería contra el español José González Llorente.
Julio 20, por la noche Cabildo Abierto.
Julio 21, Junta Suprema de Gobierno en Santafé.
Julio 22, Junta Popular en San Victorino, dirigida por José María Carbonell.
Julio 26, se declara la independencia del Consejo de Regencia y se firma el Acta de Independencia.
Agosto, rebelión contra los virreyes que son enviados a Cartagena.
Agosto, preso Carbonell por haber causado la prisión de los virreyes.
Julio-agosto: declaran independencia Cali, Socorro, Mompox, Pamplona.
Diciembre, Nariño llega de nuevo a Santafé.
Diciembre 22, se reúne el primer Congreso General de la Nueva Granada.
1811:
Marzo, Constitución del Estado de Cundinamarca.
Abril, Jorge Tadeo Lozano, presidente de las Provincias Unidas de la Nueva Granada
Septiembre, Nariño, presidente de Cundinamarca.
Noviembre, independencia de Cartagena.
Diciembre, Constitución política de la República de Tunja.
1812:
Febrero, Constitución del Estado libre de Quito.
Marzo, Constitución del Estado de Antioquia.
Junio 14, Constitución del Estado de Cartagena.
Junio 18, guerra entre Estados Unidos y Gran Bretaña.
Junio 25, Miranda es derrotado, hecho preso y llevado a España.
Octubre, Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada en Tunja y presidencia de Camilo Torres.
Noviembre, guerra civil entre federalistas y centralistas.
Diciembre, Manifiesto de Cartagena de Bolívar.
1813:
Mayo, retiro de las tropas francesas de España.
Junio, Nariño, presidente.
Septiembre, campaña de Nariño en el sur contra los realistas.
Noviembre, Boves organiza la guerrilla realista en los Llanos.
Diciembre, Fernando VII regresa al trono español.
1814:
Enero, asamblea de Caracas confiere poder supremo a Bolívar.
Mayo, Nariño derrotado en Pasto, apresado y enviado a España.
Diciembre, Bolívar toma a Santafé.
1815:
Febrero, Santander y Urdaneta ocupan Cúcuta.
Junio, Napoleón es derrotado por Wellington en Waterloo.
Julio, Morillo desembarca en Santa Marta.
Diciembre, el ejército realista se toma Cartagena.
1816:
Enero, Bolívar se entrevista con Petión en Haití.
Mayo, Morillo entra a Santafé.
Junio, fusilados Antonio Villavicencio, José María Carbonell y otros.
Julio, fusilados Jorge Tadeo Lozano, Miguel de Pombo y otros.
Octubre, fusilados Camilo Torres, Francisco José de Caldas y otros.
1817:
Marzo, Real Audiencia en Santafé.
Julio, Angostura es recuperada por los patriotas.
Noviembre 14, fusilada Policarpo Salavarrieta.
1818:
Abril, José de San Martín triunfa en Chile.
Agosto, Campaña de Santander en Casanare.
1819:
Febrero, Congreso de Angostura. Bolívar, presidente y Zea, vicepresidente.
Junio, reunión de Bolívar y Santander en Tame, Arauca.
Julio, el ejército patriota cruza el páramo de Pisba.
Julio 25, batalla del Pantano de Vargas.
Agosto 7, batalla del Puente de Boyacá en donde Barreiro es derrotado.
Agosto 9, huye el virrey Sámano.
Agosto 10, ingresa Bolívar en Santafé.
Noviembre 14, fusilada Antonia Santos.
Diciembre 17, Ley Fundamental de la República de Colombia (Venezuela, Nueva Granada y Quito)
De 1819 a 1830: la Gran Colombia
1821:
Junio, batalla de Carabobo.
Julio 28, independencia de Perú.
Septiembre 15, independencia de Centroamérica.
Septiembre 28, independencia del Imperio Mexicano.
1822:
Mayo 24, batalla de Pichincha.
1823:
Diciembre, Doctrina de Monroe en Estados Unidos.
1824:
Agosto, batalla de Junín.
1824:
Diciembre, batalla de Ayacucho.
1824-1827:
Bolívar, dictador del Perú.
1825:
Julio, independencia de Bolivia.
1826:
Congreso Anfictiónico de Panamá.
1828:
Abril, Convención de Ocaña.
1828:
Agosto, Bolívar se declara dictador de la Gran Colombia.
1828:
Septiembre, conspiración Septembrina contra Bolívar.
1830:
17 de diciembre, muerte de Bolívar en Santa Marta.
De 1830 a 1903: se mantiene la independencia
1832:
Presidencia de Santander.
1850:
Eliminación de la esclavitud y reformas político-económicas de José Hilario López.
1861:
Reforma agraria de Tomás Cipriano de Mosquera.
1863:
Constitución federalista radical de Rionegro.
1870:
Reforma educativa de los liberales radicales.
1876:
Guerra civil religiosa de los conservadores contra la reforma educativa.
1886:
Constitución autoritaria de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro.
1887:
Primer Concordato con la Santa Sede.
1892:
Gobierno dictatorial de Miguel Antonio Caro.
1899-1902:
Guerra de los Mil Días.
De 1903 a 2010: pérdida progresiva de la independencia
1903:
Pérdida de Panamá con la intervención de Teodoro Roosevelt, presidente de Estados Unidos.
1906:
Rafael Uribe Uribe declara “amor” a Estados Unidos en la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro.
1914:
Firma del Tratado Urrutia-Thompson de entrega de Panamá (firman Marco Fidel Suárez, Pedro Nel Ospina, Rafael Uribe Uribe).
1918: Declaración de Marco Fidel Suárez, Respice Polum, mirar hacia Estados Unidos como propósito de la política internacional del país.
1924:
Primera Misión Kemmerer de Estados Unidos en Colombia.
Alfonso López Pumarejo, primer presidente del Banco Mercantil Americano en Colombia.
1928:
Moratoria de la deuda externa con los Tenedores de Bonos de la Bolsa de Nueva York por U.S. $ 225 millones.
Huelga de las bananeras contra la United Fruit Company, en la que fueron masacrados muchos trabajadores.
1930:
La llamada Circular Exterior de Estados Unidos apoya a Enrique Olaya Herrera para la presidencia.
1935:
Alfonso López Pumarejo firma el primer Tratado de Comercio con Estados Unidos.
1942:
Eduardo Santos declara la alineación de Colombia con los aliados en la Segunda Guerra Mundial.
1942:
El Partido Conservador, dirigido por Laureano Gómez, defiende la táctica del Eje fascista de neutralidad de América Latina en la Segunda Guerra Mundial.
1948:
9 de abril, asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
1951:
Mision Currie, primera misión económica del Banco Mundial en Colombia y la primera en el mundo, contratada por el gobierno de Laureano Gómez.
Fundación de Ecopetrol y nacionalización de los pozos petroleros de la Tropical y la Concesión De Mares.
1960:
Alianza para el Progreso de Kennedy en Colombia y América Latina, de contención de la Revolución Cubana en el gobierno de Lleras Camargo.
1965-75:
Aumento de la deuda externa en 800%.
1971:
Movimiento Estudiantil contra la reforma educativa imperialista de Misael Pastrana Borrero.
1977:
Septiembre, Paro Cívico Nacional contra las políticas imperialistas de López Michelsen.
1985:
Acuerdo de stand-by de endeudamiento con el FMI.
1985-92:
Auge del endeudamiento externo con los créditos Jumbo, Concorde, Challenger y Hércules.
1989:
Consenso de Washington, de Bush padre, para América Latina.
1990:
Apertura Económica de César Gaviria.
1991:
Asamblea Nacional Constituyente y nueva Constitución.
1998:
Política de privatización de las empresas estatales en el gobierno de Andrés Pastrana.
2002:
Iniciación de las negociación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
2006:
Marzo, firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos por el gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
2009:
30 de octubre, Firma del acuerdo para bases militares de Estados Unidos en Colombia por el gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
2010:
La deuda externa llega a U.S.$ 54.900 millones.
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