Luis tenía 69 años, trabajó en El Espectador pero hace 50 años decidió
irse a hacer periodismo a Turbo. Hace unos meses le mataron a su hijo,
decidió investigar y también lo callaron a balazos
La
vía para llegar a uno de los nidos de la banda criminal más violenta de
Colombia está adornada con cerezos y manzanos de flores rojas y
extensas praderas que terminan en el vaivén ruidoso del mar Caribe. Es
un camino bien pavimentado, bien iluminado. No hay mucho tráfico,
algunos buses maltrechos y las camionetas de alta gama de los bananeros y
de los narcos del Urabá.
Arboletes es el primero de esos pueblos que
hace parte de la esfera de influencia de Los Urabeños. En este pueblo
los paras tienen tanto poder que se robaron un volcán, uno de lodo que
nace a orillas del mar. “El Oso”, el hermano bobo de Pablo Escobar, lo
compró al municipio alguna vez. Luego pasó de mano en mano; hoy nadie
sabe quién es el dueño.
El 28 de junio, el mismo día que Colombia
derrotó a Uruguay en el mundial de Brasil, Carmenza regresaba a su
pueblo luego de dos años de haberlo dejado para siempre. Vestía un
vestido blanco costeño debajo de un pesado chaleco antibalas de la
Unidad Nacional de Protección. Allí, escondida en una van de servicio
público, entregaba unas placas a líderes del pueblo: “En homenaje a Luis
Eduardo Gómez”.
Carmenza, una mujer de 65 años, delgada, de
pelo blanco y gris, amenazada por Los Urabeños y sin un peso en el
bolsillo, había conseguido de donde no tenía para donar cerca de $10
millones en instrumentos musicales a las casas de la cultura de
Arboletes y Necoclí.
—Para que cuiden los talentos que tienen en
Urabá, que estos niños piensen en notas musicales, en lugar de
violencia— repetía Carmenza.
El padre del periodismo de Urabá
Luis Eduardo Gómez se fue a hacer periodismo al Urabá cuando la zona
no era más que un olvidado pedazo de tierra del norte de Colombia. No
había vías y pocos se atrevían a viajar a ese confín del mundo. Luis,
periodista bogotano del diario El Espectador, conoció a Carmenza en un
paro de tractomulas a mediados de los 60, cerca de Facatativá. Se
enamoró y se la llevó a vivir a Turbo.
Con el paso de los años, él se convirtió en el padre del periodismo
en Urabá. Fundó radios comunales, revistas de turismo, colaboró en la
creación de los periódicos de Apartadó.
Vivió el crecimiento de las
haciendas bananeras en las tierras de los Cunas y los Emberá-Katío, el
surgimiento de los movimientos obreros, de los sindicatos, de las
guerrillas: las FARC, el EPL y el ELN.
Cuando nació su primer y único hijo, Juan Pablo Atahualpa Gómez, a
comienzos de los 80, las avionetas de los narcos empezaban a surcar
los cielos del Urabá. El golfo era un punto geográfico estratégico para
sacar la droga. Con los narcos se consolidaron los ejércitos privados, y
Carlos Castaño fundó sus Autodefensas de Córdoba y Urabá (ACCU).
Las
masacres estuvieron a la orden del día y se extendieron desde Apartadó a
través de las tierras ganaderas de Córdoba hasta el resto del país.
Luis Eduardo y Carmenza dejaron Turbo y se fueron a vivir a
Arboletes. El periodista daba talleres de periodismo, fue el gestor de
las semanas culturales del Urabá y promocionó las fiestas bananeras. En
Arboletes fundó Urabá Limitada en 1981, una revista que tuvo 14 ediciones y que dejó de publicarse por amenazas de los paramilitares.
Luis era el periodista referente del Urabá.
Su hijo, que había estudiado diseño gráfico en Medellín, ayudaba con la
diagramación y la fotografía de las publicaciones. Doña Carmenza, paisa
por adopción, vivía de vender toda clase de productos: lodo volcánico
para la artritis, frutas para la diabetes…
Para el 2003, luego de la desaparición de
Carlos Castaño, Fredy Herrera ‘El Alemán’ se convirtió en el nuevo
mandamás. El exayudante de un camión cervecero era ahora el jefe del
temido bloque paramilitar Elmer Cárdenas de las AUC. El Alemán, en
proceso de entrega de armas, había construido un ambicioso proyecto
político: “Urabá Grande, unido y en paz” que había permeado con el
dinero del narcotráfico a todos los políticos de la región.
Para entonces, la barba bíblica de Luis
Eduardo ya le cubría el pecho. Gómez empezó a denunciar el robo del
volcán de lodo, decía que era del municipio, acusó a los políticos
locales de robarse los terrenos del aeropuerto, de desviar los recursos
públicos. En sus ratos libres enseñaba a los más jóvenes a caminar en
zancos, a hablar bien en radio, a tocar la guitarra.
En 2006, ‘El Alemán’ se desmovilizó en el
proceso de Santa Fe de Ralito. Los amos y señores del Urabá, ricos
ganaderos y empresarios paramilitares que habían calado bien en las
élites de Montería, pasaron la antorcha a los pistolocos, antiguos
sicarios de los paras, como nuevos jefes. La situación no podía ser
peor. A finales de 2009 todo el Urabá estaba cooptado por una nueva red
criminal que en sus comienzos se hizo llamar las Autodefensas
Gaitanistas, pero que después fue conocida simplemente como Urabeños.
En esta mafia, los grandes comandantes del
paramilitarismo, ya extraditados a Estados Unidos, mantienen su poder en
cuerpo ajeno, en la tercera persona de lavaperros que vienen del
inframundo. Aún así el riesgo para algunos se alivia. Un periodista de
Montería me contó: “Los nuevos paras no se meten con nosotros, son gente
de abajo, resentidos de los que tienen poder. Mientras no hablemos de
ellos, no amenazan. A diferencia de los Mancuso y los Jorge 40, que eran
la misma élite política”.
Juan Pablo Atahualpa Gómez, el hijo de Luis y Carmenza, se había
mantenido al margen de esa violencia. Era un muchacho tranquilo, buen
dibujante y mejor camarógrafo. Como cualquier joven de Arboletes, llegó a
la edad donde no podía seguir al margen del conflicto. Le empezaron a
mandar mensajes de que tenía que colaborar con los paras, le ordenaban
que si no iba a entrar debía dar su moto en compensación. Él los ignoró.
El 21 de agosto de 2009, a las 3 de la tarde, lo llamaron a su
celular. La voz no se identificó y lanzó una advertencia: “Cuídese, lo
van a matar”. Él salió en su moto a recoger a su mamá al barrio Miramar,
a unas pocas cuadras de la estación de Policía. Arboletes en realidad
no es más que un par de cuadras mal pavimentadas a orillas de una playa
lodosa.
Carmenza se sentó detrás de su hijo y lo abrazó por la cintura. A las
siete de la noche, dos hombres con pasamontañas les bloquearon el
camino. Sin mediar palabra le dispararon tres tiros a Juan Pablo. El
joven murió ahí, en brazos de su mamá. El diario El Propio, un
periódico del Urabá, titularía al día siguiente: “Lo mataron por
envidia”. Años después la Fiscalía determinaría que Juan Pablo fue
asesinado por criminales comunes y que su caso no sería tenido en cuenta
en la ley de víctimas.
Los manuscritos de Luis Eduardo
La muerte de su único hijo dejó a los viejos Luis Eduardo y Carmenza
en estado de parálisis. Su círculo de amigos se cerró y a pesar de las
muestras de solidaridad, nadie quería hablar del tema.
Dejarse vencer por el miedo es una forma de supervivencia, a eso
algunos periodistas de Montería lo llaman “periodismo sano”. Un
periodismo que no incómoda, que se dedica a las alabanzas y a las fotos
sociales. Cualquiera que haya respirado el miedo que circula por las
calles de Arboletes sabría que esa era la única forma posible de
periodismo. Cualquiera, menos Luis Eduardo.
El viejo de 69 años decidió investigar la muerte de su hijo, su
agenda de apuntes era su única arma. Él necesitaba nombres propios,
motivos.
En sus libretas anotó cientos de placas de motos y sus dueños. Se
volvió un observador de cualquier movimiento extraño, escribió cada
crimen que registraban los medios y le dio contexto a cada dato. Entre
el 14 de agosto de 2009, la fecha de la muerte de su hijo, hasta el 30
de junio de 2011 develó en sus cuadernos las entrañas de la mafia que
los gobernaba.
En sus apuntes habla de galleras de mala
muerte, de congresistas apoyados electoralmente por cientos de millones
untados de sangre. “En cada municipio de Urabá ‘El Alemán’ colocó
$150.000.000 que repartieron en efectivo el día de elecciones”, se lee
en su cuaderno.
También habla de empresas fachadas de los
negocios ilícitos y lugares frecuentes de reunión de los bandidos. “Gran
parte de los negocios locales con zoocriaderos (cocodrilos, babillas),
piscifactorías y similares, se prestan para encubrir el movimiento de la
coca. El encubrimiento se facilita porque hay un movimiento constante
de camiones, jaulas y personas entre las factorías y los puertos”.
El periodista también registró cómo los paras
se habían tomado el presupuesto de la salud. “En Arboletes, la anterior
y la actual administración municipal entregó y entrega a “los paras”el
40% del presupuesto a través de las secretarías de Salud, Educación y el
hospital”.
Identificó a los protagonistas de esta red
criminal, algunos ya muertos, otros en prisión, muchos otros disfrutando
de sus riquezas. Habla de funcionarios públicos corruptos, de Diana
Garrido, actual alcaldesa por el partido de la U y de sus presuntos
vínculos con ‘El Alemán’. De un alias ‘Juan Diego’, cuarto Comandante
del Bloque y dueño de la I.P.S. ORSALUD, una empresa fachada que
recibía parte del presupuesto de la Salud. En Arboletes los últimos
tres exalcaldes están presos por parapolítica.
“El comandante de campaña de las Águilas
Negras que actuó desde hace cuatro años como director de transito de
Arboletes, es ahora el terror de los martirios para hacer cantar y
torturar en el patio de su casa que está pegada al hospital con dos
perros pitbull, asesinos”. El paramilitarismo había triunfado en
Arboletes.
El periodista describió que el nuevo cartel
se dividió el territorio y en Arboletes le tocó al ‘Tiburón’, “uno de
los principales asesinos de Los Urabeños, antiguo comandante del grupo
Águilas Negras con sede en Arboletes.”
En está radiografía caótica del cartel, Gómez
dio con el asesino de su hijo. “La lista parcial de personas
relacionadas con el asesinato de Juan Pablo: Alias El Tiburón, El Zarco,
Camilo. Camilo es señalado como el autor intelectual y celebra la
muerte de Juan Pablo públicamente en las playas de Arboletes.”
En el fondo el periodista no solo quería ver
al asesino de su hijo tras las rejas, sino que el Urabá fuera lo que
alguna vez fue. “No quise aceptar el desplazamiento. He tenido miedo y
(me) he sentido
muy solo.”
Esas fueron las últimas palabras que
escribió. Luis Eduardo Gómez recién había cumplido 70 años cuando fue
asesinado el primero de julio de 2011, dos años después de la muerte de
su hijo.
Aquí matan humanos como animales
Era de noche y Luis Eduardo caminaba de
regreso a su casa junto con Carmenza. Al pasar por una cancha de fútbol,
dos adolescentes se acercaron por detrás. Carmenza, mucho tiempo
después recordaría el estruendo de las balas, lo recordaría con la
pólvora decembrina o con el sonido de las ambulancias. Vería el rostro
de su esposo muerto, su compañero de tantos años, cada vez que
pestañeara, en medio de sueños y en la cara de otros viejos que
caminaban las calles de la ciudad que luego la acogería en su
desplazamiento.
A finales de 2013, la Policía capturaría a un
secuaz del ‘Tiburón’, alias ‘El Escamoso’. Luego lo presentaría como el
asesino del periodista y un hombre de confianza de ‘El Alemán’. Gómez
en sus manuscritos había escrito premonitoriamente sobre quién lo
mataría: “El Escamoso sigue libre, pese a tener cinco o seis boletas de
captura. Habitualmente está en el municipio de Caucasia, sede central de
los paracos.”
Contrastar la información encontrada en los
archivos de Gómez es un acto de kamikaze. Una fuente me advirtió
mientras cotejaba los datos en Arboletes: “Vea le doy un consejo, no se
meta a averiguar esos temas. Usted esta joven ¿Tiene hijos? ¿Un perro?
pues piense que acá matan humanos como si mataran a cualquier animal.”
En Necoclí la temperatura puede llegar a los 40 grados centígrados.
El aire es húmedo y pegajoso, como la brisa que exhalan carbones
hirvientes de un volcan. Así mismo es su gente, alegre, visceral e
intensa.
Esa tarde, la misma del triunfo de Colombia a Uruguay, Carmenza, la
unica sobreviviente de la familia Ruiz, regresaba a escondidas a su
tierra. Una veintena de niños y madres de familia la esperaban en la
Casa de la Cultura. La mujer que lo había perdido todo, que un par de
días antes deambulaba por autopistas extrañas como cientos de
desplazados, con procesos judiciales debajo del brazo y cicatrices que
no podía mostrar, había conseguido recursos para devolver la música a
Arboletes y Necoclí.
Carmenza no es una mujer que hable demasiado. Atravesar los cientos
de escudos que ha construido para superar el dolor no es una tarea
fácil.
Luego de la muerte de Luis Eduardo, Carmenza tuvo que huir de
Arboletes. Tanquetas de la Policía y de la Unidad Nacional de Protección
la sacaron escoltada. Luego la tiraron en medio de la ciudad. Años
después apenas si ha sido reconocida como víctima por la Unidad de
Víctimas. El presidente Santos en una bonita ceremonía en Bogotá dejó
que Carmenza lo acompañara del brazo por el medio de un lujoso salón y
pare de contar, el resto fue un papeleo interminable.
Carmenza pasó los días deambulando entre entidades estatales con
carpetas de procesos judiciales sin concluir, certificados que
evidenciaban que a ella los paras le habían matado la familia y un par
de revistas de las que escribió Luis Eduardo en vida.
Como había perdido cualquier motivación para vivir, tuvo que
inventarse unas nuevas. La primera era que en el Urabá honraran a su
familia. Y lo logró sin ayuda del Estado.
Consiguió recursos, habló con gente que conoció a Luis. Con la plata
compró $10 millones en música, un par de baterías, acordeones, unas
gaitas. Mandó hacer una docena de camisetas blancas con el nombre de
Luis Eduardo y de su hijo y unas placas de bronce. Contactó a los
directores de la Casa de la Cultura de los dos pueblos y les llevó los
regalos.
El día de la entrega, los niños hicieron una
presentación especial para Carmenza. Tocaron un par de vallenatos con
sus nuevos instrumentos. Anochecía, el cielo era naranja y al fondo el
Atlántico lavaba las playas oscuras. Carmenza se dirigió a los niños y
les contó sobre Luis Eduardo, sobre su hijo que tocaba la guitarra, les
pidió que no dejaran de hacer música.
Luego en el bus que nos llevaba a Montería,
horas después de haber entregado las placas con el nombre de su esposo y
de su hijo, le pregunté: “Doña Carmenza, ¿y ahora qué sigue?”
Ella, aún con el chaleco antibalas que le
apretaba el pecho, se quedó pensando y contestó: “Cosas son las que
tengo, de pronto algo por los viejos de Antioquia. Por alguna razón me
dejaron viva”. A lo lejos, bien atrás quedaba Arboletes como sombras y
luces rojas en medio del Caribe.
David es docente universitario, director de
La Otra Orilla y exasesor de la Fundación Para la Libertad de Prensa
(FLIP). Anda en Twitter como @davo_gonzalez
Tomado de vice.com
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