Contra Claro se organizan apagones para protestar por el mal servicio
de su telefonía celular, se escriben columnas, se ponen demandas, pero
al parecer nada puede afectar al coloso multinacional del mexicano
Carlos Slim.
Tanto es así que la empresa de comunicaciones le debe a
Bogotá 134 mil millones de pesos por un pleito que data del 2006, y se
niega a pagarlos, haciendo oídos sordos a las quejas de la ciudadanía y
el Concejo de Bogotá. ¿Hay acaso algo o alguien que pueda desestabilizar
el estoicismo de la multinacional?
Yuli Higuera tiene que vender más de 25 servicios de Claro para que
le paguen. Si en el mes solo vende 24, no le cancelan esas comisiones
porque no superó o llegó a la meta. Pero en cambio, la multinacional
durante los 12 meses siguientes recibirá las ganancias de las tarifas
pactadas con esas dos docenas de suscriptores que afilió Yuli. Éstas y
otras condiciones fueron las que llevaron a esta humilde madre soltera a
enfrentarse con el segundo hombre más rico del planeta. Dos rivales con
vidas bastante dispares.
Con miedo, en el año 2009 Yuli se juntó con otros compañeros y creó
el sindicato Unión de Trabajadores y Trabajadoras de Claro y las TIC. La
respuesta fue inmediata, presiones por debajo de los escritorios
hicieron que Telmex, empresa de Claro, empujara a la calle a Édgar
González, Sonia Maldonado, Leonardo Sanabria, Julián Carvajal y Luis
Parra –curiosamente- todos integrantes del nuevo sindicato. Presentaron
un par de argumentos para sacarlos, pero en el fondo todos sabían que
era por su actividad de grupo. Tal vez el despido de Julián Carvajal,
fue el resultado de adaptar el cuento de Rafael Pombo, ‘La pobre
viejecita’, con el nombre de Carlos Slim y enviarlo desde su correo
corporativo a 1200 compañeros de la empresa. Aunque el sindicato logró
que reintegraran a los empleados, Julián decidió no volver porque sentía
que lo estaban esclavizando.
El colombiano no es el primer sindicato al que Claro se enfrenta. En
Latinoamérica los sindicatos de Perú y Chile están muy bien organizados.
En febrero del 2009 Claro despidió a 10 trabajadores que formaron el
sindicato en Perú, lo que desencadenó una engorrosa batalla legal que
puso en aprietos a la empresa. Carlos Slim dijo a los medios que formar
el sindicato era ilegal, una postura que enfureció a todos los
sindicatos de la empresa en el mundo, que lentamente empiezan a
conectarse entre sí. Tal vez el magnate no le tema a los gobiernos, que
se hacen los de las gafas con tal de consentirlo, pero la creciente
fuerza que van cobrando los sindicatos al interior de la multinacional
pueden ser el Caballo de Troya que le ponga un tatequieto, desde
adentro.
Yuli vive de arriendo con sus dos hijos en un apartamento de 38
metros cuadrados, compuesto por dos cuartos, una angosta sala-cocina y
un baño; justo en el barrio El Recreo, localidad de Bosa. Ella y sus
retoños fueron de esos personajes que salieron en el prime time
de los canales de televisión el pasado diciembre de 2011, montados en
lanchas inflables mientras los bomberos los sacaban de aquella funesta
inundación que les desbarató hasta las camas. Para la misma época Slim
salía en CNN mostrándole a Larry King, su “sencilla casa” –como dice la
melosa prensa mexicana- armada de seis cuartos, ocho baños, biblioteca,
15 parqueaderos, piscina, mansión ubicada en las Lomas de Chapultepec,
aquel barrio con el metro cuadrado más caro de Ciudad de México.
Desde el año 2007 cuando Yuli entró a trabajar a TV Cable (empresa
absorbida por Telmex y ahora fusionada con Claro), debe levantarse a las
cinco de la mañana, preparar el almuerzo, empacarlo en su vianda de
plástico y alistar a sus hijos para el colegio. Tomar un bus que se
demora hora y media hasta dejarla en el punto de la carrera 68 con
Primero de Mayo. Agarrar las carpetas de afiliación y salir a buscar
nuevos suscriptores en un perímetro que comprende desde la Carrera 68
hasta La Victoria y de La Primero de Mayo hasta Santa Lucía, algo así
como caminarse toda la ciudad de Pasto. Al principio la propuesta era
atractiva: fue contratada a término indefinido con un salario mínimo y
las debidas prestaciones. Pero, como bien se sabe, es una proeza en
Bogotá que una familia de tres subsista con ese sueldo, entonces para
incentivar a sus empleados la empresa fijó comisiones variables.
Para el 2007 iniciaron con una meta de mínimo 11 servicios vendidos,
con una regla inicua, “si vendes menos, no facturas”. Suscribir a un
cliente con una cláusula de permanencia de 12 meses les significaba en
comisión: $9.000 por servicio de televisión, $12.000 por telefonía y
$17.000 si el plan era de internet. Por esos meses de benevolencia se
podían hacer, contando el sueldo base, un millón o millón doscientos mil
pesos. Yuli alcanzaba a darle algunos pesos a sus hijos para el recreo
en la escuela. Mientras tanto Slim, el dueño de la compañía, escalaba al
cuarto lugar de las personas más ricas del mundo -según la revista
Forbes- donde calculaban que ganaba 20 millones de dólares al día.
Ciento veinte mil veces más que aquella empleada que a diario se ve
expuesta a los aguaceros con granizo o al viento soleado que curte la
cara para siempre.
Pero la formula no le sirvió a los pobres directivos de la
multinacional, de modo que subieron las metas a 18 con un plus que
agentes comerciales como Yuli no esperaban: cada uno de los planes debía
reportar estar en servicio para cancelarles las comisiones. Ahora no
solo dependían de su talento en la cacería de conquistar suscriptores
sino de la operatividad de los técnicos que conectan las líneas de
teléfono, la televisión por cable o el internet. Así siguieron subiendo
la caña hasta llegar a la norma de: “si vendes menos de 25 planes este
mes, no facturas”. Conocer la calle y saber que conseguir un empleo bien
remunerado en esta ciudad es tan difícil, obligó a Yuli regirse bajo
esos parámetros; todo ello, a pesar de haberse graduado en el Sena de
Asistente Administrativa, realizar una tecnología en Atención a
Preescolar y estudiar Finanzas y Negocios Sistematizados en la
Universidad Cooperativa.
Ella, como más de los 400 comercializadores que caminan Bogotá, no
esperaban más apretones en sus zapatos pero les salió otra ampolla: los
más de 3500 trabajadores tercerizados que comenzaron a comprar las
chaquetas de Claro, y a vender planes hasta en casas de citas. Estos
nuevos comercializadores son auspiciados -porque no tienen contratos ni
mucho menos reciben un sueldo básico- por cooperativas de garaje que
llegan a acuerdos con la multinacional para realizar suscripciones.
Claro le paga a la cooperativa por servicios reportados, la cooperativa
saca su porcentaje y le paga una irrisoria suma a sus tercerizados. La
única “ventaja” que tienen los informales es que se les cancela desde la
primera suscripción, sin exigirles metas, aunque no cuentan con las
prestaciones de ley que deben pagarlas ellos mismos. Una dinámica que
los obliga a comercializar o a aguantar hambre. Incluso, esto ha
ocasionado que se presenten peleas por el dominio de zonas y barrios
entre los empleados directos de Claro y los trabajadores tercerizados,
como ocurrió en el conjunto El Porvenir, donde una comercializadora fue
agredida por dos trabajadores de cooperativas quienes querían marcar el
territorio como propio.
Telcos es una de esas empresas con mayor número de trabajadores
tercerizados -tiene 1800- le siguen Sicte, Mercatel, Sissa, La fábrica
de las ventas, Decibeles y una decena más de garajes dispuestos a
competir. Por jugadas como estas Yuli y sus compañeros han ido
logrando, paulatinamente, que una importante suma de trabajadores se
hayan sindicalizado. De los 9754 empleados directos que en total tiene
Claro en Colombia, 490 hacen parte hoy de este grupo de negociación
colectiva. No han logrado cautivar a ingenieros y altos financieros que
no les interesa nada de esto porque sus sueldos y sus horarios los dejan
dormir tranquilos.
Mientras Yuli se cambia los tenis estallados por el pavimento para
ponerse unos tacones y un gabán rojo buscando presencia y respeto -igual
para verse más alta y más bonita, vanidad de vanidades- recuerda que en
su contrato se estipula que deben trabajar ocho horas diarias, entre
las 8 a.m. y la 1 p.m. continuando de 3 p.m. a 6 p.m., pero la realidad
es otra. Las dinámicas de los ciudadanos en Bogotá son diferentes. Las
personas que deciden en sus casas y sus apartamentos el tomar o no un
plan, son empleados que salen a sus trabajos en la mañana y llegan bien
entrada la tarde. Es por ello que los comercializadores, además de
tratar de atajar a los transeúntes en las calles, deben esperar a que
sean más de las siete de la noche para que al golpear la puerta de
casas, apartamentos y apartaestudios, los reciba una persona con poder
adquisitivo, pero que además, goce de las garantías para firmar unas
cláusulas de cumplimiento.
En la calle impera la ley del ¡No!, los transeúntes van de afán,
rechazando volantes, llamados y propuestas comerciales. “En este trabajo
se reciben más no, que los colombianos que van a pedir la visa de los
Estados Unidos”, dice otro empleado de la compañía, curiosamente sin
aburrimiento. Sin embargo, Yuli y sus compañeros se dan la maña para
atraer más clientes, tal vez por eso Claro, como lo reportó la
Superintendencia de Sociedades, el año pasado presentó utilidades por
encima de dos billones de pesos –sí, dos billones en letras porque los
ceros no alcanzan-, lejos de compañías como Grupo Aval, Grupo
Bancolombia, Almacenes Éxito y Bavaria, entre otras.
Por temprano que llegue, Yuli aparece en su casa a las 9 p.m..
Sagradamente llama a sus hijos al comedor que sirve de estudio y
biblioteca, y mientras les prepara un huevo con arroz o una agua de
panela con queso y pan, les pregunta por sus tareas, qué les falta y qué
no han entendido. Les pueden dar las once de la noche pero ésta mujer
de pelos trenzados y uñas filudas, sabe que son tres horas sagradas para
compartir con sus hijos porque los fines de semana puede salir una
reunión sindical o tienen programadas actividades de estudio sobre los
casos donde se han vulnerado los derechos de los trabajadores. Eso sí,
todo el día vive monitoreando a sus hijos por teléfono.
Pero el tiempo que le ha dedicado a la actividad sindical tiene sus
sonrisas. El solo hecho de constituirse como un sindicato reconocido fue
su mayor pelea ganada. En lo fáctico han logrado reintegrar a varios
compañeros despedidos. También, que Claro por lo menos contemple la
posibilidad de otorgarles auxilios de educación superior, auxilio óptico
y la prima de antigüedad, beneficios que no brinda esta compañía. Todo
esto a pesar de que por cada 100 pesos que reciben las cinco empresas
más grandes de telecomunicaciones en el país, Claro se queda con 88,
dejando muy en el fondo a Movistar, UNE y ETB, quienes, paradójicamente,
les pagan mejores sueldos a sus trabajadores directos.
Mientras tanto, llueve. Bogotá está encharcada y Yuli se encuentra
parada afuera de una de las oficinas de Claro. Aprovecha que los
empleados se escampan para salir corriendo a sus casas. Ella y cinco de
los 11 miembros de la junta directiva del Sindicato, tratan de repartir
gratuitamente un periódico que crearon y del cual lograron imprimir 1000
ejemplares. En esa primera edición le cuentan a sus pares los derechos
que tienen, que sindicalizarse no es un delito en cambio sí un derecho, y
los invitan a afiliarse. Pero sus gemelos se miran como en un espejo
frente a aquellos chalecos rojos, agachan la cabeza -no es con ellos- y
los rechazan como si les estuvieran ofreciendo un plan de teléfono al
que no se quieren someter.
Como David contra Goliat, Yuli no se amilana. Tampoco se pone brava,
ya está acostumbrada a los no. Los entiende, saben que tienen miedo,
porque les han metido cuentos como que si se sindicalizan jamás los
recibirán en otra compañía y en la que están esperaran cualquier
descuido para botarlos a la calle. Toma los periódicos y los cubre del
agua como si fueran su mayor tesoro, llama a sus compañeros, toman unos
vasos desechables y se sirven tinto de un termo. Quizá a miles de
kilómetros de aquí, Carlos Slim ha sacado su famosa colección de copas
de cristal, las más caras del mundo, se servirá de su cava un vino de
1800, abrirá el New York Times -periódico al que le prestó 250 millones
de dólares y además tiene el 6 por ciento- y celebrará que un titular
diga que ya no es el hombre más rico del mundo, para que no lo jodan más
con ese cuento de trabajadores resentidos.
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