2 de julio de 2014

¿A quién le teme Carlos Slim en Colombia?

Contra Claro se organizan apagones para protestar por el mal servicio de su telefonía celular, se escriben columnas, se ponen demandas, pero al parecer nada puede afectar al coloso multinacional del mexicano Carlos Slim.
Tanto es así que la empresa de comunicaciones le debe a Bogotá 134 mil millones de pesos por un pleito que data del 2006, y se niega a pagarlos, haciendo oídos sordos a las quejas de la ciudadanía y el Concejo de Bogotá. ¿Hay acaso algo o alguien que pueda desestabilizar el estoicismo de la multinacional?
Yuli Higuera tiene que vender más de 25 servicios de Claro para que le paguen. Si en el mes solo vende 24, no le cancelan esas comisiones porque no superó o llegó a la meta. Pero en cambio, la multinacional durante los 12 meses siguientes recibirá las ganancias de las tarifas pactadas con esas dos docenas de suscriptores que afilió Yuli. Éstas y otras condiciones fueron las que llevaron a esta humilde madre soltera a enfrentarse con el segundo hombre más rico del planeta. Dos rivales con vidas bastante dispares.
Con miedo, en el año 2009 Yuli se juntó con otros compañeros y creó el sindicato Unión de Trabajadores y Trabajadoras de Claro y las TIC. La respuesta fue inmediata, presiones por debajo de los escritorios hicieron que Telmex, empresa de Claro, empujara a la calle a Édgar González, Sonia Maldonado, Leonardo Sanabria, Julián Carvajal y Luis Parra –curiosamente- todos integrantes del nuevo sindicato. Presentaron un par de argumentos para sacarlos, pero en el fondo todos sabían que era por su actividad de grupo. Tal vez el despido de Julián Carvajal, fue el resultado de adaptar el cuento de Rafael Pombo, ‘La pobre viejecita’, con el nombre de Carlos Slim y enviarlo desde su correo corporativo a 1200 compañeros de la empresa. Aunque el sindicato logró que reintegraran a los empleados, Julián decidió no volver porque sentía que lo estaban esclavizando.
El colombiano no es el primer sindicato al que Claro se enfrenta. En Latinoamérica los sindicatos de Perú y Chile están muy bien organizados. En febrero del 2009 Claro despidió a 10 trabajadores que formaron el sindicato en Perú, lo que desencadenó una engorrosa batalla legal que puso en aprietos a la empresa. Carlos Slim dijo a los medios que formar el sindicato era ilegal, una postura que enfureció a todos los sindicatos de la empresa en el mundo, que lentamente empiezan a conectarse entre sí. Tal vez el magnate no le tema a los gobiernos, que se hacen los de las gafas con tal de consentirlo, pero la creciente fuerza que van cobrando los sindicatos al interior de la multinacional pueden ser el Caballo de Troya que le ponga un tatequieto, desde adentro.
Hay integrantes como Yuli que hablan con otros trabajadores e intentan convencerlos de que se unan al movimiento.
Hay integrantes como Yuli que hablan con otros trabajadores e intentan convencerlos de que se unan al movimiento.
Yuli vive de arriendo con sus dos hijos en un apartamento de 38 metros cuadrados, compuesto por dos cuartos, una angosta sala-cocina y un baño; justo en el barrio El Recreo, localidad de Bosa. Ella y sus retoños fueron de esos personajes que salieron en el prime time de los canales de televisión el pasado diciembre de 2011, montados en lanchas inflables mientras los bomberos los sacaban de aquella funesta inundación que les desbarató hasta las camas. Para la misma época Slim salía en CNN mostrándole a Larry King, su “sencilla casa” –como dice la melosa prensa mexicana- armada de seis cuartos, ocho baños, biblioteca, 15 parqueaderos, piscina, mansión ubicada en las Lomas de Chapultepec, aquel barrio con el metro cuadrado más caro de Ciudad de México.
Desde el año 2007 cuando Yuli entró a trabajar a TV Cable (empresa absorbida por Telmex y ahora fusionada con Claro), debe levantarse a las cinco de la mañana, preparar el almuerzo, empacarlo en su vianda de plástico y alistar a sus hijos para el colegio. Tomar un bus que se demora hora y media hasta dejarla en el punto de la carrera 68 con Primero de Mayo. Agarrar las carpetas de afiliación y salir a buscar nuevos suscriptores en un perímetro que comprende desde la Carrera 68 hasta La Victoria y de La Primero de Mayo hasta Santa Lucía, algo así como caminarse toda la ciudad de Pasto. Al principio la propuesta era atractiva: fue contratada a término indefinido con un salario mínimo y las debidas prestaciones. Pero, como bien se sabe, es una proeza en Bogotá que una familia de tres subsista con ese sueldo, entonces para incentivar a sus empleados la empresa fijó comisiones variables.
Para el 2007 iniciaron con una meta de mínimo 11 servicios vendidos, con una regla inicua, “si vendes menos, no facturas”. Suscribir a un cliente con una cláusula de permanencia de 12 meses les significaba en comisión: $9.000 por servicio de televisión, $12.000 por telefonía y $17.000 si el plan era de internet. Por esos meses de benevolencia se podían hacer, contando el sueldo base, un millón o millón doscientos mil pesos. Yuli alcanzaba a darle algunos pesos a sus hijos para el recreo en la escuela. Mientras tanto Slim, el dueño de la compañía, escalaba al cuarto lugar de las personas más ricas del mundo -según la revista Forbes- donde calculaban que ganaba 20 millones de dólares al día. Ciento veinte mil veces más que aquella empleada que a diario se ve expuesta a los aguaceros con granizo o al viento soleado que curte la cara para siempre.
Pero la formula no le sirvió a los pobres directivos de la multinacional, de modo que subieron las metas a 18 con un plus que agentes comerciales como Yuli no esperaban: cada uno de los planes debía reportar estar en servicio para cancelarles las comisiones. Ahora no solo dependían de su talento en la cacería de conquistar suscriptores sino de la operatividad de los técnicos que conectan las líneas de teléfono, la televisión por cable o el internet. Así siguieron subiendo la caña hasta llegar a la norma de: “si vendes menos de 25 planes este mes, no facturas”. Conocer la calle y saber que conseguir un empleo bien remunerado en esta ciudad es tan difícil, obligó a Yuli regirse bajo esos parámetros; todo ello, a pesar de haberse graduado en el Sena de Asistente Administrativa, realizar una tecnología en Atención a Preescolar y estudiar Finanzas y Negocios Sistematizados en la Universidad Cooperativa.
Ella, como más de los 400 comercializadores que caminan Bogotá, no esperaban más apretones en sus zapatos pero les salió otra ampolla: los más de 3500 trabajadores tercerizados que comenzaron a comprar las chaquetas de Claro, y a vender planes hasta en casas de citas. Estos nuevos comercializadores son auspiciados -porque no tienen contratos ni mucho menos reciben un sueldo básico- por cooperativas de garaje que llegan a acuerdos con la multinacional para realizar suscripciones. Claro le paga a la cooperativa por servicios reportados, la cooperativa saca su porcentaje y le paga una irrisoria suma a sus tercerizados. La única “ventaja” que tienen los informales es que se les cancela desde la primera suscripción, sin exigirles metas, aunque no cuentan con las prestaciones de ley que deben pagarlas ellos mismos. Una dinámica que los obliga a comercializar o a aguantar hambre. Incluso, esto ha ocasionado que se presenten peleas por el dominio de zonas y barrios entre los empleados directos de Claro y los trabajadores tercerizados, como ocurrió en el conjunto El Porvenir, donde una comercializadora fue agredida por dos trabajadores de cooperativas quienes querían marcar el territorio como propio.
Telcos es una de esas empresas con mayor número de trabajadores tercerizados -tiene 1800- le siguen Sicte, Mercatel, Sissa, La fábrica de las ventas, Decibeles y una decena más de garajes dispuestos a competir.  Por jugadas como estas Yuli y sus compañeros han ido logrando, paulatinamente, que una importante suma de trabajadores se hayan sindicalizado. De los 9754 empleados directos que en total tiene Claro en Colombia, 490 hacen parte hoy de este grupo de negociación colectiva. No han logrado cautivar a ingenieros y altos financieros que no les interesa nada de esto porque sus sueldos y sus horarios los dejan dormir tranquilos.
El grupo de trabajadores dentro del sindicato aumenta cada vez ya que sienten que Claro, la compañía en Colombia que durante el 2011 alcanzó ganancias de 2 billones, no suple las condiciones de trabajo digno básicas.
El grupo de trabajadores dentro del sindicato aumenta cada vez ya que sienten que Claro, la compañía en Colombia que durante el 2011 alcanzó ganancias de 2 billones, no suple las condiciones de trabajo digno básicas.
Mientras Yuli se cambia los tenis estallados por el pavimento para ponerse unos tacones y un gabán rojo buscando presencia y respeto -igual para verse más alta y más bonita, vanidad de vanidades- recuerda que en su contrato se estipula que deben trabajar ocho horas diarias, entre las 8 a.m. y la 1 p.m. continuando de 3 p.m. a 6 p.m., pero la realidad es otra. Las dinámicas de los ciudadanos en Bogotá son diferentes. Las personas que deciden en sus casas y sus apartamentos el tomar o no un plan, son empleados que salen a sus trabajos en la mañana y llegan bien entrada la tarde. Es por ello que los comercializadores, además de tratar de atajar a los transeúntes en las calles, deben esperar a que sean más de las siete de la noche para que al golpear la puerta de casas, apartamentos y apartaestudios, los reciba una persona con poder adquisitivo, pero que además, goce de las garantías para firmar unas cláusulas de cumplimiento.
En la calle impera la ley del ¡No!, los transeúntes van de afán, rechazando volantes, llamados y propuestas comerciales. “En este trabajo se reciben más no, que los colombianos que van a pedir la visa de los Estados Unidos”, dice otro empleado de la compañía, curiosamente sin aburrimiento. Sin embargo, Yuli y sus compañeros se dan la maña para atraer más clientes, tal vez por eso Claro, como lo reportó la Superintendencia de Sociedades, el año pasado presentó utilidades por encima de dos billones de pesos –sí, dos billones en letras porque los ceros no alcanzan-, lejos de compañías como Grupo Aval, Grupo Bancolombia, Almacenes Éxito y Bavaria, entre otras.
Por temprano que llegue, Yuli aparece en su casa a las 9 p.m.. Sagradamente llama a sus hijos al comedor que sirve de estudio y biblioteca, y mientras les prepara un huevo con arroz o una agua de panela con queso y pan, les pregunta por sus tareas, qué les falta y qué no han entendido. Les pueden dar las once de la noche pero ésta mujer de pelos trenzados y uñas filudas, sabe que son tres horas sagradas para compartir con sus hijos porque los fines de semana puede salir una reunión sindical o tienen programadas actividades de estudio sobre los casos donde se han vulnerado los derechos de los trabajadores. Eso sí, todo el día vive monitoreando a sus hijos por teléfono.
Pero el tiempo que le ha dedicado a la actividad sindical tiene sus sonrisas. El solo hecho de constituirse como un sindicato reconocido fue su mayor pelea ganada. En lo fáctico han logrado reintegrar a varios compañeros despedidos. También, que Claro por lo menos contemple la posibilidad de otorgarles auxilios de educación superior, auxilio óptico y la prima de antigüedad, beneficios que no brinda esta compañía. Todo esto a pesar de que por cada 100 pesos que reciben las cinco empresas más grandes de telecomunicaciones en el país, Claro se queda con 88, dejando muy en el fondo a Movistar, UNE y ETB, quienes, paradójicamente, les pagan mejores sueldos a sus trabajadores directos.
Mientras tanto, llueve. Bogotá está encharcada y Yuli se encuentra parada afuera de una de las oficinas de Claro. Aprovecha que los empleados se escampan para salir corriendo a sus casas. Ella y cinco de los 11 miembros de la junta directiva del Sindicato, tratan de repartir gratuitamente un periódico que crearon y del cual lograron imprimir 1000 ejemplares. En esa primera edición le cuentan a sus pares los derechos que tienen, que sindicalizarse no es un delito en cambio sí un derecho, y los invitan a afiliarse. Pero sus gemelos se miran como en un espejo frente a aquellos chalecos rojos, agachan la cabeza -no es con ellos- y los rechazan como si les estuvieran ofreciendo un plan de teléfono al que no se quieren someter.
Como David contra Goliat, Yuli no se amilana. Tampoco se pone brava, ya está acostumbrada a los no. Los entiende, saben que tienen miedo, porque les han metido cuentos como que si se sindicalizan jamás los recibirán en otra compañía y en la que están esperaran cualquier descuido para botarlos a la calle. Toma los periódicos y los cubre del agua como si fueran su mayor tesoro, llama a sus compañeros, toman unos vasos desechables y se sirven tinto de un termo. Quizá a miles de kilómetros de aquí, Carlos Slim ha sacado su famosa colección de copas de cristal, las más caras del mundo, se servirá de su cava un vino de 1800, abrirá el New York Times -periódico al que le prestó 250 millones de dólares y además tiene el 6 por ciento- y celebrará que un titular diga que ya no es el hombre más rico del mundo, para que no lo jodan más con ese cuento de trabajadores resentidos.
Carlos Slim, un Goliat amenazado por un grupo de trabajadores como Yuli Higuera.

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