23 de junio de 2014

El posconflicto y la oposición

Tomado de Ola Política

ANÁLISIS ESPECIAL DOMINGO

Colombia vive uno de los momentos más trascendentales de su historia en muchas décadas. En el futuro se avizora la llegada de los acuerdos de paz y la construcción de un nuevo país marcado por la convivencia, la democracia y la justicia social. Pero llegar a ese puerto no ha sido, ni será un camino fácil.



Luego de las elecciones presidenciales la extrema derecha parece hoy una manada de zorros por ahora arrinconados, dispuestos a dar mil zarpazos llenos de odio y venganza contra la paloma de la paz y el Presidente Santos. Derrotar esa posibilidad es tarea de todas las fuerzas democráticas.

La paz no significa la ausencia de oposición. Por el contrario, para afianzar la paz se requiere una oposición fuerte, pero democrática. Sin embargo, esta será la primera vez que un gobierno de centro izquierda tendrá tres tipos de oposición: una corrosiva y marcada por el odio liderada por la extrema derecha, que orienta Álvaro Uribe; otra, de origen maoísta, orientada por el senador Jorge Robledo; y, una última, proveniente de los sectores democráticos, como el Polo y los verdes.

EL POSCONFLICTO YA COMENZÓ

El Presidente Juan Manuel Santos fue reelegido con el mandato popular de hacer la paz. Ello implica la firma de los eventuales acuerdos que le pongan fin negociado al conflicto armado con las Farc y el ELN. Y de esos acuerdos se desprenderá el llamado posconflicto.

Pero el posconflicto comenzó ya. Y una de las pruebas mayúsculas de esa etapa ya fue superada. La derrota en las urnas de la extrema derecha uribista, propinada con casi 8 millones de votos, fue posible gracias a la alianza de las principales fuerzas políticas: el Partido Liberal, el Partido de la U, Cambio Radical; los sectores mayoritarios del Partido Conservador, el Partido Verde, y el Polo, encabezados por la excandidata presidencial Clara López.

A esa coalición por la paz se unieron, además, los líderes de opinión, medios de comunicación, intelectuales, maestros, campesinos, sindicalistas. Una fuerza decisiva fue, asimismo, el Progresismo que lidera el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro.

La segunda batalla del posconflicto será la refrendación popular de los acuerdos de paz, que volverá a enfrentar en las urnas a quienes creen en la solución política del conflicto armado interno y quienes creen en la guerra como destino para Colombia.

Esa batalla ya comenzó a librarse, aún sin haberse firmado los acuerdos, porque el uribismo, con su jefe trinando 24 horas su rencor, venganza y cinismo, seguirá buscando demoler los diálogos de La Habana y minar la confianza nacional en un futuro de prosperidad signada por la convivencia.

Este escenario pone de nuevo sobre el tapete la pregunta sobre el tipo de oposición que tendrá Colombia en los próximos años. Sin duda, los sectores democráticos tendrán que diferenciarse de manera contundente de Uribe. Porque en aras de ganar adeptos no pueden cantar al mismo ritmo del dueño del Uberrimo en sus ataques desmesurados a todo cuanto haga el presidente Santos.

El Senador Robledo no puede quedar caricaturizado como el eco del uribismo. Ni el Polo como el pulmón izquierdo del santismo. Ni el gobierno como el tiburón que se devora la disidencia. De eso se trata la democracia. Diferentes fuerzas luchando de manera legítima por el poder en un sistema que ofrece garantías a todos. La alternancia en el poder es síntoma de buena salud de la democracia.

UN GABINETE PARA LA PAZ

La oposición de Uribe al segundo mandato del Presidente Santos presagia duras batallas para el gobierno nacional, pero también para la izquierda. Sin duda, este será el primer presidente reelecto que no tendrá luna de miel, y al que no se le dará compás de espera de 100 días para ser evaluado.

Para enfrentar los desafíos que significa la acción de la extrema derecha se necesita construir una fuerte gobernabilidad nacional, mediante la conformación de un gabinete para la paz, que incluya a los sectores políticos que apoyaron las banderas de la reelección, pero también que, como dijo el senador Horacio Serpa, tengan puesta la camiseta del Presidente y no den muestras de una actitud vergonzante frente a la paz.

En el segundo tiempo de Santos no podrá haber ministros que tengan los pies en el gobierno y el corazón en la oposición. Ni funcionarios con agendas propias, que antepongan sus ambiciones personales al anhelo supremo de la reconciliación. Lo que está en juego es demasiado y por la paz apostaron fuerzas políticas disimiles y millones de ciudadanos que esperan profundas transformaciones y no una cosmética al status quo.

Ese gabinete, además, deberá estar dispuesto a trabajar 24 horas diarias para sacar adelante los acuerdos, teniendo, al mismo tiempo, el manejo de los asuntos estatales. Una tarea principal será la pedagogía de la paz, que implicará un serio esfuerzo institucional para llegar a todos los rincones del país con el mensaje de la reconciliación. La paz no puede ser un asunto mediático. Tiene que ser un asunto real, que convoque a las regiones, a los alcaldes, gobernadores, líderes sociales, movimientos campesinos, sindicales y juveniles.

Y en esos escenarios regionales, el gobierno y los sectores democráticos se hallarán, de cara, con la extrema derecha armada, instigadora del miedo, promotora de la venganza. Ganarse al pueblo, llevándolo a abandonar el miedo, será la tarea esencial.

UN CONGRESO JUGADO POR LA PAZ

Para hacer realidad los acuerdos de paz se necesitará ganar el referendo popular. Pasada esa prueba, el escenario donde se librarán las más duras batallas será el Congreso de la República.

Aunque allí el Gobierno Nacional cuenta con mayorías se requieren liderazgos fuertes capaces de contener la bancada de la extrema derecha uribista, compuesta por 21 senadores y 12 representantes a la Cámara, que se opondrá a cualquier avance y buscará torpedear con debates el avance del posconflicto.

En ese escenario, el senador Uribe deberá entender que es uno entre 102 senadores, y que no tendrá el poder de regañar ni mandar a sacar a nadie. Tendrá que reeducarse después de ocho años de poder presidencial y ser el mandamás en el Centro Democrático.

Y el Senador Robledo deberá ejercer la oposición sin quedar alineado con el Senador Uribe.

El Frente por la Paz, conformado para ganar las elecciones, deberá actuar como una afinada orquesta para avanzar en el posconflicto, sin dejarse desentonar por los trinos de Uribe y sus congresistas.

LIDERAZGO PARA LA PAZ

El posconflicto necesitará un liderazgo fuerte y unos sectores democráticos dispuestos a hacer historia. Tendrá, del otro lado, una extrema derecha dispuesta a recuperar el poder y a hundir los logros de los últimos años. Una oposición responsable y leal a la democracia no es una utopía cuando se piensa en la izquierda democrática. Pero sí es demasiado optimismo cuando se piensa en el expresidente Uribe.

Los tiempos que se anuncian para Colombia no son de tranquilidad. hay demasiada expectativa. No es tiempo de triunfalismo. La extrema derecha mostrará mucha más agresividad que la demostrada en la campaña presidencial. El senador Uribe ha buscado dividir la Fuerza Pública, empoderar el miedo como forma de acción política, apropiarse de los órganos de control y de la Justicia.

Hay que destacar la valentía con que el Presidente Santos ha asumido la defensa de la paz, y la amplia coalición democrática que lo respalda. El apoyo de la comunidad internacional, encabezada por el Presidente Obama, la Comunidad Europea, la ONU; OEA y Unasur, también es una clara muestra de que se avanza por el camino correcto.

Ningún demócrata puede dormirse sobre los laureles. El pasado 15 de junio se ganó la primera batalla, pero faltan más. Hay que mantenerse activos para impedir que nos maten los sueños. El posconflicto es ya, la paz se acerca. La oposición que se necesita debe ser constructiva y pacífica y no rendirle culto a la trapisonda. La paz será la palabra que marcará el futuro de Colombia.

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