29 de julio de 2014

Ser polvo de estrellas

María Antonia Sansó Santos - Licenciada en Bioquímica
               
 ­Una definición simple considera a las estrellas como objetos del Universo que brillan con luz propia. Para comprender su importancia, debemos saber que son esferas de plasma, cuarto estado de agregación de la materia semejante a un gas pero con muchas partículas cargadas eléctricamente. Cuando un gas se calienta o es sometido a un campo electromagnético, puede ionizar sus partículas y transformarse en plasma, el constituyente principal del Universo visible. Desde unos 80 km de altura y hasta unos 500 km ó más, a la atmósfera terrestre se la llama Ionósfera porque las radiaciones solares la ionizan. Absorbe los rayos X y gamma, altamente energéticos y refleja las ondas de radio posibilitando telecomunicaciones de larga distancia en la tierra. En ella, los meteoroides se desintegran y nosotros los vemos como estrellas fugaces o meteoros.

El plasma de las estrellas se forma cuando nubes de Hidrógeno causadas por colisiones galácticas ó estrellas que colapsan, se condensan por inestabilidades gravitatorias y empiezan a girar en espiral formando un núcleo. El aumento de la presión y temperatura inicia reacciones nucleares que mantienen la energía y estructura de la estrella, en un largo proceso de miles de millones de años, durante los cuales emiten calor, luz, rayos X, ultravioletas y otras formas de radiaciones electromagnéticas. En esa etapa está hoy el Sol, la estrella que da vida al planeta Tierra.

El plasma ejerce una presión hacia afuera, que es contrarrestada por la fuerza de gravedad que lo impulsa hacia adentro y mientras la energía emitida por la estrella en su núcleo no se altere, el equilibrio permanecerá. Pero a lo largo del tiempo, una estrella evoluciona. Al final de su vida los átomos del plasma se agotan y no queda casi Hidrógeno para transformar en Helio. La fuerza de gravedad, lo hunde en el núcleo aumentando la temperatura y expandiendo la capa externa. La estrella es una gigante roja, que al enfriarse pasa a enana blanca o a supernova que explota y se transforma en estrella de neutrones o agujeros negros. Los científicos estudian y observan estos procesos, que alguna vez también alcanzarán a nuestro Sol, aunque se calcula que faltan miles de millones de años para que ello ocurra.

Desde la época de Ptolomeo, existen clasificaciones de estrellas según la intensidad de su brillo. En 1925, Cecilia Helena Payne, en una brillante tesis doctoral, las clasificó según sus espectros luminosos, en relación con la escala de temperatura superficial, que había confeccionado Annie Cannon, teniendo en cuenta que las estrellas muestran distintos colores según sus temperaturas. Las más calientes son azules ó blancas y las de menor temperatura son rojizas ó anaranjadas. Pero fue Cecilia la que dedujo, según sus espectros, que estaban compuestas mayormente por Hidrógeno, en menor proporción por Helio y apenas trazas de Hierro. Los científicos no le creyeron. Se pensaba que el mayor componente era el Hierro. Respaldada por nuevas investigaciones, su tesis fue aceptada, transformándose en la primera mujer en obtener un doctorado en Astronomía en Harvard y, en 1956, en alcanzar el puesto de Profesora.

Las estrellas se agrupan en Galaxias. Nuestra Vía Láctea tiene cientos de millones de ellas, pero nosotros sólo vemos un brazo de la Galaxia y unas 3.000 estrellas. Desde 2006 se las clasifica según sus centros gravitacionales, observando si son solitarias, orbitadas por otras, si forman cúmulos ó si son centros gravitacionales de un sistema planetario (como ocurre con el Sol), pudiendo estar orbitadas por planetas, asteroides ó cometas.

Si aceptamos la teoría del Big Bang, la magnificencia del Universo comenzó en una singularidad cósmica densa, caliente e infinitamente pequeña, que expandiendo su propio espacio, produjo grandes cantidades de energía y partículas subatómicas. En impresionante cronología, se formaron átomos de Hidrógeno, por fusión nuclear Helio y otros elementos más pesados, capaces de agregarse. Se formaron quásares, con intensa radiación ionizante, plasma, estrellas, galaxias, cúmulos.

Más tarde, el colapso de estrellas y sus restos transformados en nebulosas cósmicas, formaron nuevas estrellas y planetas. Así nuestro Sol, una estrella de generación tardía, se formó con los escombros de generaciones de estrellas primigenias colapsadas. Trozos de escombros metalíferos, lo orbitaron como asteroides y se agruparon formando planetas rocosos como la Tierra. Enfriada su incandescencia, la aparición de vida en ella, también fue posible merced a las explosiones de estrellas que lanzaron a los espacios interestelares, los elementos imprescindibles.

Por eso se afirma: "Somos polvo de estrellas''. La expansión del Universo continúa y parece acelerarse. Su destino final, interpretado según varias posibilidades, sigue siendo una incógnita.

Tomado de http://www.diariodecuyo.com.ar/home/new_noticia.php?noticia_id=632859

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