Tomado de Semana
ORIENTE MEDIO La ofensiva del grupo terrorista
Isis en Irak ha tenido la inesperada consecuencia de acercar a Irán y
Estados Unidos. Pero esa extraña colaboración tendría efectos
insospechados en toda la región.
Si hace un par de meses alguien hubiera dicho que Estados Unidos e Irán
se pondrían de acuerdo para afrontar un enemigo común, lo habrían
tildado de loco. Desde la Revolución Islámica de 1979, cuando rompieron
relaciones diplomáticas, los gobiernos de estos dos países se han visto
no solo como enemigos, sino también como verdaderas amenazas para los valores y formas de vida que cada uno representa.
Pero
esa situación ha cambiado con el avance del grupo Estado Islámico de
Irak y Siria (Isis, por su sigla en inglés) en Irak desde el pasado 10
de junio, cuando emprendió una ofensiva que le permitió capturar Mosul,
la segunda ciudad del país. Desde entonces, sus éxitos militares no han
hecho más que acumularse y al cierre de esta edición lo tenían en las
puertas de Bagdad, con intensos combates en las cercanas provincias de
Diyala y Saladino.
El 20 de junio, los extremistas se tomaron un
centro de producción de armas químicas de Al Muthanna, desarrollado en
los tiempos de Saddam Hussein, cuyo Ejército baathista, desmantelado por
Estados Unidos en 2003, ha desempeñado un papel clave en la ofensiva. A
su vez, en un gesto cargado de simbolismo, abrieron un boquete en la
berma que, desde finales del siglo XIX, sirve como límite entre Siria e
Irak, que sus combatientes quieren borrar para crear un califato
trasnacional. El viernes el Ejército de Bagdad y los yihadistas se
disputaban a su vez la refinería de Baiji, la principal del país, de la
cual se elevaba una densa columna de humo visible desde el espacio. Por
su parte, el portavoz del alto comisionado de Naciones Unidas para los
Refugiados, Adrien Edwards, describió la situación humanitaria como
“caótica” y Fadela Chaib, portavoz de la Organización Mundial de la
Salud alertó sobre la posibilidad de que surjan brotes de enfermedades
infecciosas debido a “las altas temperaturas y la falta de saneamiento,
higiene y agua potable” en los campos donde se han instalado los
desplazados de Mosul y otras ciudades.
Washington critica la
incompetencia y el sectarismo del primer ministro chiita de Irak, Nuri
al Maliki, quien ha excluído a los demás grupos de su gobierno, lo que
ha contribuído a impulsar la rebelión de Isis. Según le dijo a la
revista Time Hillary Clinton, la exsecretaria de Estado de Obama y según
las encuestas la preferida de los demócratas para las elecciones de
2016, “el pueblo iraquí tiene que pensar seriamente el tipo de líder que
necesita para tratar de unirse contra un peligro terrible e inminente”.
Para la administración Obama, que contaba con la estabilización
del país tras el retiro de sus tropas en 2011, el rumbo sectario que ha
tomado el conflicto de Irak es además un grave revés que le ha hecho
reevaluar muchas decisiones. En su discurso de West Point del 18 de
mayo, el presidente anunció que agotaría “otras opciones antes de la
guerra” para ejercer “un liderazgo responsable”, una afirmación que tuvo
que poner en entredicho el pasado jueves, cuando dijo que enviaría 300
“asesores militares” de las fuerzas especiales a Irak, que se suman a
los drones que su gobierno ha planeado usar para realizar ataques
“selectivos” y detener el avance yihadista.
Del mismo modo, Obama
afirmó que uno de sus objetivos era fortalecer “las viejas alianzas,
que nos han servido tan bien”. Una aspiración que hoy resulta
paradójica, pues son justamente los antiguos aliados de Estados Unidos
como Arabia Saudita (el mayor bastión de los sunitas) y Qatar los
principales sospechosos de financiar a Isis y su campaña de odios
sectarios.
En ese contexto, surgen las llamativas declaraciones
en que los funcionarios estadounidenses le tienden la mano a Irán, como
el secretario de Estado, John Kerry, quien dijo el lunes pasado en una
entrevista con Yahoo!News: “Estamos abiertos a cualquier proceso
constructivo que pueda minimizar la violencia, mantener a Irak unido y
eliminar la presencia de las fuerzas terroristas foráneas que lo están
desintegrando”. Tras lo cual agregó, aún más elocuentemente, que “Irán
puede jugar un papel constructivo”.
Dicha disposición ha llevado a
que muchos asuman que la pregunta no es ‘si’ los dos países van a
colaborar sino ‘cuándo’. Como señala la columnista del Washington Post
Souad Mekhennet, quien ha asistido a diálogos informales entre las dos
partes y la Unión Europea en la Mesa Redonda de Bergedorf, las
autoridades de Teherán han subrayado que su país comparte intereses
comunes con Estados Unidos y han llegado a afirmar que “como Occidente,
nosotros también estamos combatiendo el terrorismo”.
Una
apertura que habría sido imposible si no estuviera en el poder el
moderado Hasan Rouhani, quien ha abierto las puertas del sector
petrolero a la inversión occidental y ha tenido incluso importantes
gestos simbólicos como la reapertura de la Academia de Cine de su país.
Todo lo anterior enmarcado en las conversaciones que ambos países
mantienen en Ginebra para que el gobierno iraní congele o reduzca su
producción nuclear y así garantizar que no desarrolle una bomba atómica,
que Rouhani ha asegurado que no construirá “bajo ninguna
circunstancia”.
Sin embargo, aunque Irán parece ser hoy la única
entidad con la capacidad material y logística para frenar el ataque de
Isis, en plata blanca la alianza que se está delineando implica que
Estados Unidos va a colaborar con uno de los países que durante décadas
incluyó en el ‘eje del mal’. También, aquel contra el cual financió una
larga y costosa guerra en los años 1980, llamada de Irán-Irak, del lado
Hussein, a quien el Tío Sam veía como un aliado e incluso como un
bastión contra el extremismo.
El régimen de Teherán es además
clave en la financiación de grupos como Hamas y Hezbollah, enemigos
jurados de Israel –el principal aliado de Estados Unidos en la región–,
que desde 1997 se encuentran en la lista de grupos terroristas del
Departamento de Estado. Sin olvidar el decidido apoyo que Irán le ha
prestado a Bashar al Asad en la guerra que desde 2011 ha dejado cerca de
170.000 víctimas en Siria, en su gran mayoría civiles. Como le dijo a
SEMANA el profesor de la Universidad de Georgetown y autor del libro
Rogue Regimes: Terrorism and Proliferation, “invitar a Irán a que ayude a
estabilizar a Irak sería como pedirle a un pirómano que les dé una mano
a los bomberos, pues Teherán es una de las principales fuentes de la
inestabilidad iraquí”.
A lo cual hay que agregar que el gobierno
de Teherán también presenta graves diferencias internas y existen
fuertes opositores al gobierno de Rouhani, entre los cuales se destaca
el ayatolá Alí Jamenei, el líder supremo del país en términos religiosos
y políticos. Como le dijo a esta revista el profesor Jalil Roshan,
experto en la materia, de la Universidad del Este de Carolina, “aunque
un actor racional participaría en una alianza con los Estados Unidos en
contra de Isis y usaría esa coincidencia para disminuir la presión sobre
el programa nuclear y comenzar una nueva relación, el margen de
maniobra de Rouhani es limitado y es muy dudoso que Jamenei y otros
extremistas iraníes le den luz verde para actuar”.
Así pues, es
probable que Teherán considere en últimas emprender cierto tipo de
cooperación con Washington. Pero es difícil que esa eventual
coincidencia de proyectos borre de un plumazo
35 años de desencuentros.
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