La huelga del Vaterland (Patria), un paquebote alemán
más grande que el Titanic, ¿podría haber cambiado el curso de la
historia? Inaugurado el 3 de abril de 1914, este transatlántico, orgullo de los
astilleros Blohm & Voss, de Hamburgo, podía embarcar a más de 3.500
pasajeros. Desde su primer viaje a Nueva York, se multiplican las huelgas a
bordo, que duran hasta agosto.
La tripulación reivindica un aumento de salario,
pero también quiere manifestar sus ideas antiimperialistas, pacifistas y
revolucionarias, las de un movimiento sindical anarquista minoritario, próximo
al ala izquierda (la de Rosa Luxemburg) del Partido Socialdemócrata alemán
(SPD). Si la huelga hubiera desbordado el Vaterland y se hubiera extendido,
¿habría podido detener la guerra?
Absurda hipótesis, dicen los historiadores desechándola. pues nunca se
planteó tal cosa. Apenas empezada, la huelga es condenada por el SPD y las
organizaciones sindicales cercanas al mismo, como la potente Federación de
Trabajadores de Transporte. ¡La opinión obrera alemana está entonces bien lejos
del Vaterland! “Lo que se escuchaba la víspera del conflicto era más
bien: «Huelga general, idiotez genera»l”, recuerda el historiador René
Lasserre. “En aquel entonces, lo que sobre todo no quieren los obreros alemanes
es ser derrotados por ese régimen autocrático y arcaico que es Rusia, lo que
echaría por la borda sus conquistas sociales”, añade su colega Alain Lattard.
“Cuando los socialdemócratas votan los créditos de guerra, en agosto
de 1914, quieren salvar el progreso social alemán”, insiste René Lasserre.
Alemania es en ese momento el país más avanzado de Europa en este terreno. Ya
ofrece a los obreros un seguro de accidentes de trabajo (obligatorio desde 1884),
jubilación y seguro de invalidez, así como seguro de enfermedad
(obligatorio desde 1889). En Francia, el seguro de enfermedad no se impondrá
más que a partir de 1930 y la protección contra los accidentes de trabajo, en
1946.
Desde luego, este modelo social es todavía embrionario. La jubilación
es sólo teórica: la edad de comienzo son los 70 años, cuando los obreros viven
de media 45 años. Con todo, Alemania se ufana de su escaparate social,
promocionado con carteles durante la Exposición Universal de San Luis (en los
Estados Unidos) en 1904. Sin detenerse, apoyada por los progresos científicos y
tecnológicos, la imagen de la industria alemana cambia. Aunque los ingleses
habían inventado el concepto de “made in Germany” para denigrar a los productos
de baja gama de su competidora, la idea se vuelve en su contra, convirtiéndose
en sinónimo de calidad e innovación.
Sin embargo, al principio, las leyes sociales de Bismarck, jefe de
gobierno entre 1871 y 1890, no habían sido vistas con buenos ojos por los
obreros, pues se dirigían en primer lugar contra los socialdemócratas. El padre
de la realpolitik ejecutaba lo que hoy se calificaría de triangulación.
“Bismarck
pone fuera de la ley a los socialistas, pero crea la seguridad social
para evitar la revuelta”, así lo resume René Lasserre. La apuesta era de
envergadura. Al contrario que en Francia, donde los campesinos, habiendo
obtenido tierras tras la Revolución, continuaron en el campo, en Alemania
afluyen hacia los nuevos centros industriales, donde se apiñan en condiciones a
menudo miserables. En Berlín, en 1900, el 43% de las familias obreras viven en
una sola habitación. Entre 1882 y 1907, se dobla el número de obreros
industriales, del comercio y del artesanado (de 4,8 millones a 10,6 millones).
El SPD ignora al principio las reformas bismarckianas, que le hacen el
juego al capitalismo, pero éstas no le impiden ganar influencia. En 1912 es el
primer partido del Reichstag, con más de un tercio de los escaños. No
participa, sin embargo, en el gobierno. Paralelamente, se desarrolla la
potencia del movimiento sindical. En 1914, los sindicatos agrupan a 2,5
millones de miembros, es decir, un tercio de los obreros (en Francia, la CGT
cuenta entonces con 700.000 afiliados). Esta red, muy estructurada, aporta un
apoyo decisivo a los huelguistas en sus contiendas contra los industriales y
mejora la vida cotidiana de los obreros, con sus bibliotecas, sus asociaciones
deportivas, una prensa obrera, cajas de solidaridad. Existe una fuerte
conciencia de clase, lo que causa temor en el poder. En 1911, el Estado alemán
extiende las ventajas sociales a los empleados, con más generosidad incluso, a
fin de que no caigan del lado del SPD y los
obreros.
En conjunto, en 1914, el contrapoder del movimiento obrero es en
Alemania incomparablemente más fuerte que en los demás países europeos. “Sólo
en la ciudad de Berlín el SPD tiene más afiliados que los partidos obreros en
toda Francia; y en Hamburgo, hay más que en Italia entera”, señala Alain
Lattard.
“El movimiento obrero alemán era un movimiento de masas, inspirado por
líderes que procedían de la base, menos revolucionarios y más reformistas que
los dirigentes franceses, que eran intelectuales”, hace notar el gran
germanista Alfred Grosser. “Los obreros querían en su mayoría una mejora de sus
condiciones de vida, no una revolución”.
Muchos se convencen, por otra parte, de que haciendo vencer a su país
harán progresar sus derechos. Un sentimiento que sabrán explotar los
gobernantes. Desde el inicio de la guerra, Guillermo deroga las leyes
antisocialistas. Y en 1916, en lo más intenso del conflicto, la llamada ley de
“servicio auxiliar” instaura la cogestión con los sindicatos en las industrias
estratégicas. Punto culminante de una modernización social que no tendrá
equivalente en el terreno político, donde perdura el
autocratismo.
Sophie
Fay es redactora jefa
adjunta de la sección de Economía del semanario parisino Le Nouvel
Observateur
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