22 de junio de 2014

Centenario de la primera guerra mundial

Tomado de Semana

INFORME ESPECIAL: El próximo sábado se cumplen 100 años del asesinato del archiduque Francisco Fernando, la chispa que encendió la Primera Guerra Mundial.


El 28 de junio de 1914, una mañana luminosa de verano recibía en Sarajevo, la capital de Bosnia, al archiduque Francisco Fernando, heredero del trono del Imperio austro-húngaro y su esposa la condesa Sofía Chotek. El ilustre visitante era sobrino del emperador Francisco José, y por virtud de la muerte prematura de los dos hijos de este, se había convertido en heredero del trono.



Visitaba la ciudad a pesar de las advertencias de sus allegados, pues Bosnia, recién anexada al imperio del Águila Bicéfala, era un foco de activistas que aspiraban a integrar ese territorio con el proyecto nacionalista de la gran Serbia. Lo que sucedió en el curso de menos de dos horas cambió el rumbo de la historia, pues encendió la mecha de la mayor conflagración que la humanidad hubiera conocido hasta entonces. Al final de esos cuatro años de horror, el mapa político había cambiado radicalmente, un orden social centenario había desaparecido y al menos cuatro grandes imperios se habían esfumado. Nada sería igual después de lo que llegó a conocerse como la Primera Guerra Mundial. Cuando terminó habían quedado sentadas las bases del orden mundial que rige hasta la época actual. 

Los amigos de Francisco Fernando tenían razón. Al archiduque lo esperaban varios terroristas dispuestos a entregar su vida por matarlo. Uno de ellos, de 23 años, era Gavrilo Princip, miembro de la organización clandestina Joven Bosnia. Esta era la rama local de la Mano Negra, grupo extremista que buscaba unificar, bajo la hegemonía serbia, a todos los eslavos del sur. Esa mañana todo salió mal. Uno de los cómplices de Princip lanzó una bomba al paso de la caravana de automóviles, pero apenas logró herir a algunos transeúntes. Tras varios malentendidos fácilmente evitables, el descapotable del archiduque se detuvo en una calle secundaria donde Princip se encontraba por casualidad, convencido de que el atentado había fracasado. Sin pensarlo dos veces, el asesino saltó al estribo y disparó sobre la pareja. 

El emperador Francisco José exigió a las autoridades serbias permitir que agentes austro-húngaros se encargaran de investigar y resolver el asesinato. Ante la obvia negativa de aquellas, pues aceptarlo habría sido entregar la soberanía de su país, el viejo monarca declaró la guerra a Serbia un mes después de los hechos,  con el apoyo tácito del káiser alemán Guillermo II. De ahí en adelante todo fue vertiginoso. La telaraña de tratados de defensa mutua existente desde décadas atrás entre las potencias europeas precipitó el resultado. Rusia, el Reino Unido y Francia estaban cobijadas por la Triple Entente, mientras el Imperio Alemán, el Imperio Austro-húngaro, Italia y posteriormente el Imperio otomano estaban unidos por la Triple Alianza.  

Ante esos antecedentes, Rusia salió en defensa de su aliada, la también eslava Serbia y movilizó sus tropas. Guillermo II consideró esa decisión un casus belli y le declaró la guerra a Rusia. Acto seguido declaró la guerra a Francia e invadió a la neutral Bélgica, para evitar las fortificaciones francesas y atacar a ese país por el flanco occidental. En ese punto Gran Bretaña no tuvo más remedio que intervenir pues no solamente pertenecía a la Triple Entente, sino que tenía un tratado bilateral de defensa con Bélgica. Con el paso de los meses, el enfrentamiento militar a escala europea se convirtió en una guerra mundial que involucró a 40 países. La coalición de las Potencias Centrales, integrada por Austria-Hungría, Alemania y el Imperio Otomano, junto con Bulgaria, se enfrentaron a los llamados aliados, los imperios británico y ruso, Estados Unidos (desde 1917), Francia, Canadá e Italia, que había cambiado de bando. 

Un mundo cambiante

Al terminar el siglo XIX el Imperio británico ejercía una fuerte hegemonía mundial. Su armada dominaba los mares y su amplia presencia colonial le aseguraba materias primas y mercados alrededor del planeta. Aparte de ello, las islas británicas tenían una amplia delantera en el desarrollo industrial y tecnológico. 

Por otro lado, desde la segunda mitad del siglo XIX hacía carrera el nacionalismo como nueva forma de doctrina político-social. Movimientos en ese sentido lograban grandes avances y surgían países nuevos en territorios dominados por antiguos principados y ducados. De ese modo, por ejemplo, después de la guerra franco-prusiana de 1870, se consolidaba la unidad de Alemania, mientras en la península itálica comenzaba a forjarse la idea de un país unitario. Dentro de esa tendencia, los territorios de los balcanes, que habían quedado libres de la presencia del viejo y débil Imperio otomano, (“el enfermo de Europa”) eran mirados con codicia por las grandes potencias. A su vez estas, Grecia, Bulgaria, Rumania, Serbia, Montenegro y Albania aspiraban a consolidar territorios que consideraban históricos, muchas veces a costa de sus vecinos. En particular el Imperio ruso, vinculado por lazos culturales y de sangre con los eslavos del sur, aspiraba a expandir su influencia hasta el Mediterráneo. En ese camino chocaba con un proyecto semejante del Imperio austro-húngaro, que ya había hecho avances en la región. 

Todo ello se daba en momentos en que imperaban entre los gobernantes europeos varios criterios que resultarían particularmente perniciosos. Uno era el llamado ‘darwinismo social’, que implicaba aplicar a los pueblos los principios recién descritos por el naturalista Charles Darwin, resumidos en la supervivencia del más fuerte. 

Con esa idea, las relaciones internacionales adquirían una dimensión militarista agravada por otro concepto funesto en su aplicación extrema, el honor nacional, en manos de dirigentes que claramente no estaban a la altura del momento histórico que atravesaban. El káiser Guillermo II, por ejemplo, era conocido por su frivolidad  y sus ataques temperamentales, mientras su contraparte rusa, el zar Nicolás II era famoso por su mediocridad.  Dirigentes como esos estaban rodeados además, en todos los bandos, por funcionarios poco capaces y un estamento castrense que aprovechaba la preeminencia de los ejércitos en esas sociedades para impulsar la opción bélica.

Por último, la supremacía científica y económica de los europeos, sumada al creciente descubrimiento de territorios hasta entonces desconocidos alrededor del mundo, era el terreno abonado para el surgimiento de un criterio según el cual el viejo mundo tenía la misión universal de ‘civilizar’ a los pueblos de la periferia, con lo cual nació el colonialismo. Este, combinado con todo lo anterior, llevó a que las potencias europeas compitieran por su presencia en Asia y África como un punto de prestigio nacional. 

En esas condiciones, Alemania aspiraba superar al Imperio británico a medida que su capacidad industrial y su fuerza económica iban tomando importancia. Francia, por su parte, tenía clavada la espina de su derrota en la guerra de 1870 cuando el canciller alemán Otto von Bismarck había proclamado la unidad alemana en el propio Palacio de Versalles, una afrenta particularmente dolorosa. Todas esas tensiones habían dado lugar, a partir de la década de 1880 a la existencia de múltiples tratados de defensa mutua que resultaron cruciales a la hora de establecer las líneas del conflicto. Y además a una carrera armamentística que hizo que la época fuera conocida como la paz armada. En particular Alemania hizo grandes inversiones en sus fuerzas navales con el objeto de hacerles contrapeso a las británicas. Y no eran extraños los planes militares de grandes dimensiones, en previsión de un conflicto que flotaba en el ambiente. 

Una guerra sorprendente

En medio de todo, a comienzos del siglo XX se vivía la belle epoque, con un especial florecimiento de las artes, de la ciencia y la tecnología. Esta ofrecía una panacea de avances tal, que alguien sugirió cerrar la oficina de patentes de Londres porque ya todo estaba inventado. El mundo disfrutaba de un auge comercial sin precedentes y por cuenta del éxito de la diplomacia, salvo algunos conflictos puntuales, Europa había vivido casi un siglo en paz. Como puede observarse en la famosa foto familiar de la reina Victoria, virtualmente todos los monarcas de Europa eran sus descendientes y primos entre sí. Todo ello hacía que en la naciente opinión pública (surgía la era de oro de los diarios de circulación masiva), considerara casi imposible un conflicto de estas características. 

Por eso, cuando estalló la guerra se dijo que se trataría de un conflicto corto y decisivo que además saldaría las cosas de tal manera que ese fenómeno quedara abolido definitivamente. En todos los países involucrados miles de jóvenes marchaban a los cuarteles cantando canciones patrióticas, convencidos de que regresarían pocas semanas después cubiertos de gloria. 

Ni ellos ni los dirigentes que los enviaban y que decidían sobre sus destinos imaginaban hasta qué punto la revolución tecnológica había influido en el armamento militar. Todos estaban convencidos de que una nueva guerra se desarrollaría como las del siglo anterior, e incluso las primeras acciones vieron ataques de lanceros a caballería que se enfrentaban a ametralladoras de enorme potencia. No se trataría de un conflicto benévolo, sino de una carnicería sin precedentes. 

La ofensiva alemana, desarrollada en función del Plan Schlieffen, formulado desde 1905, pretendía atravesar rápidamente Bélgica, tomar Francia y obligar a los aliados a buscar un armisticio. Pero una serie de circunstancias tácticas, las fuerzas francesas junto con algunas inglesas detuvieron ‘milagrosamente’ el avance a pocos kilómetros de París, en lo que se conoció como la Batalla del Marne. Los contendientes, probablemente sorprendidos en igual medida, se descubrieron enfrentados a lo largo de kilómetros y kilómetros de trincheras que terminaron por ser el escenario principal de la guerra.  Un invento que parece elemental como el alambre de púas, el uso de lanza llamas y de gases venenosos y el lanzamiento permanente de ofensivas a pie que solo resultaban en masacres multitudinarias a manos del fuego enemigo, convirtieron al frente occidental en un infierno. 

Esa acción, a pesar de haberse presentado muy pronto, resultó decisiva para el resultado de la guerra. Los alemanes tuvieron algunos éxitos en el frente oriental contra Rusia, cuyo enorme ejército de campesinos sin entrenamiento no fue suficiente para detener a los experimentados soldados germanos. La guerra también tuvo acciones en el lejano oriente, cuando Japón entró a favor de los aliados y exigió a los alemanes evacuar sus posesiones en la costa china. También en África las colonias alemanas de Togolandia y Camerún cayeron pronto en manos aliadas, y en Oriente Medio las tropas turcas enfrentaron no solo a la inglesas sino a una rebelión árabe. Pero fue en el frente occidental donde realmente se decidió la guerra. Durante varios años miles de soldados vivieron virtualmente enterrados en las trincheras, en condiciones infrahumanas, en medio del barro, el frío, las enfermedades y las plagas. 

Estados Unidos, dominado hasta entonces por la corriente política del aislacionismo, salió de su neutralidad por dos factores. Primero, los submarinos alemanes, una de las novedades de la guerra, hundieron en 1915 el trasatlántico norteamericano Lusitania, en donde mataron a centenares de personas de esa nacionalidad. Y a principios de 1917, los norteamericanos interceptaron el famoso telegrama Zimmermann, por el cual el gobierno alemán incitaba al mexicano a entrar a la guerra a cambio de devolverle las enormes porciones de territorio que Estados Unidos le había arrebatado a lo largo del siglo XIX.

Esos dos factores sumados convencieron al presidente Woodrow Wilson de salir del aislacionismo y enviar sus tropas a Europa. La llegada de estas a la guerra cambió la ecuación en un conflicto de desgaste en el que ninguna de las partes parecía capaz de derrotar a la otra.  Tras un último esfuerzo en la segunda Batalla del Marne, el nuevo gobierno republicano alemán (el káiser había tenido que abdicar tras una revolución obrera en Berlín) llegó a la conclusión de que no tenía ninguna posibilidad de ganar la guerra y buscó un armisticio. Ya Rusia, afectada por las revoluciones de 1917, se había retirado del conflicto y el Imperio otomano, decadente como era, había entendido que solo podía buscar la paz. Las hostilidades terminaron a las once de la mañana del 11 de noviembre de 1918. 

En abril del año siguiente las partes en conflicto firmaron el Tratado de Versalles por el cual se dio oficialmente fin a la que se llamó entonces Gran Guerra Europea y luego se conoció como Primera Guerra Mundial. Habían muerto más de 10 millones de soldados. En Versalles Alemania aceptó su culpabilidad en la guerra y las enormes sanciones económicas que le impusieron los vencedores dieron lugar primero a un empobrecimiento catastrófico de su población, luego a la gran crisis mundial de 1929 y por último, a partir de los años treinta, al surgimiento del ultranacionalismo alemán de la mano del Partido Nazi, liderado por un oscuro cabo austriaco llamado Adolf Hitler. 

El mapa de Europa cambió radicalmente. El Imperio ruso se convirtió en la Unión Soviética, el Imperio otomano quedó reducido al territorio turco convertido en república, mientras sus territorios daban lugar a la creación de países hasta entonces inexistentes como Jordania, Siria, Irak, Líbano y al surgimiento de la opción sionista en Palestina, que daría lugar algunas décadas después a la creación del Estado de Israel. Las colonias de ultramar adquirieron conciencia de su importancia nacional, con lo que los imperialismos europeos comenzaron a declinar en un proceso que terminaría en los años sesenta. Y Estados Unidos, el único verdadero vencedor, se proyectó por primera vez como una potencia destinada a ejercer una hegemonía que persiste hasta el día de hoy. 

La mujer, abocada a asumir los roles masculinos de sus compañeros masacrados, comenzó el camino de su emancipación total. Y el orden social imperante, basado en la aristocracia y los privilegios, se hizo inviable. La tecnología dio un salto cualitativo impresionante, el transporte motorizado se generalizó, la aviación avanzó a tal punto que pasó de curiosidad de circo a opción viable de transporte colectivo a largas distancias. La cirugía de campaña permitió grandes perfeccionamientos, aunque no había llegado la penicilina. 

De hecho, el mundo moderno tomó forma después de la Primera Guerra Mundial. Su secuela, la segunda, en sí misma una conflagración aún más sangrienta dio lugar al sistema bipolar que imperó hasta hace menos de 25 años. Y los paralelos que es posible hacer con el momento presente a veces resultan impresionantes. Hoy, 100 años más tarde, la única enseñanza posible de ese episodio dramático de la historia mundial es la importancia de defender las instancias pacíficas de negociación entre los países, para que algo como eso nunca se repita. 

Cronología del horror  

1914 28 de junio: 


El archiduque Francisco Fernando y su esposa Sofía Chotek son asesinados en Sarajevo, Bosnia, por el estudiante nacionalista Gavrilo Princip. 


1914 28 de julio:

Austria- Hungría declara la guerra a Serbia y esto desata una cadena de declaraciones entre varios países de Europa. 

1914  3 de agosto: 

Alemania pone en ejecución el Plan Schlieffen: Declara la guerra a Francia e invade Bélgica. 

1914  21 - 23 agosto: 

Ofensiva alemana por Bélgica. Masacre de Tamines que deja un saldo de 384 civiles muertos.

1914  5 – 12 de septiembre: 


Primera Batalla de Marne en el suroriente de Francia. Aproximadamente medio millón de personas murieron. Comienza la guerra de trincheras. 

1915  Febrero:

 Un submarino alemán hunde el vapor Lusitania con más de 1.200 pasajeros. Estados Unidos se escandaliza pues había ciudadanos de ese país.

1915  23 de junio - 7 de julio: 

Batalla de Isonzo. Gran ofensiva alemana en Polonia.

1916 19 de julio – 23 de noviembre: 


Británicos y franceses atacan Somme. Los combates dejan un saldo de centenares de muertos y por primera vez los británicos utilizan tanques de guerra. 

1916  21 de noviembre: 


Muere el emperador Francisco José. Le sucede Carlos I y Austria-Hungría comienza a dar fuertes señales de crisis.

1917 12 de marzo: 

Comienza la revolución rusa. Abdica Nicolás II. Asume el gobierno provisional de Kerensky. 

1917  6 de abril: 


Estados Unidos declara la guerra a Alemania.

1917 7 de noviembre: 

Los bolcheviques toman el poder en Rusia. El gobierno queda en manos de Vladimir Lenin. 

1918  3 de marzo: 

Tratado de Paz de Brest-Litovsk entre Alemania y Rusia.

1918  31 de octubre - 19 de noviembre: 

Los británicos imponen la derrota en Turquía en Siria, Palestina y Mesopotamia. Turquía pide el armisticio.

1919  5 de enero: 


Una oleada de protestas estalla en Berlín y otras ciudades. Europa pide a gritos el fin de la guerra. 

1919 28 de junio: 


Alemania firma la Paz de Versalles. El Imperio Austro-Húngaro queda dividido en estados independientes.

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