15 de diciembre de 2014

La precariedad laboral en Colombia. Crónicas y reportajes



Tomado de Renovación Sindical
http://goo.gl/TBRW8L

El pasado 10 diciembre se llevó a cabo en Bogotá el lanzamiento del libro La precariedad laboral en Colombia. Crónicas y reportajes, una coedición de la Escuela Nacional Sindical y la Fundación Friedrich Ebert Stiftung en Colombia, Fescol. El libro recoge una selección de 22 crónicas y reportajes realizados por la Agencia de Información Laboral de la Escuela Nacional Sindical en los últimos cuatro años.



En conjunto configuran una muestra del trabajo precario en Colombia, el que es mal remunerado, sin estabilidad ni garantías en seguridad social y demás derechos laborales. Algunos de los textos ponen el acento en las nuevas formas de tercerización como el contrato sindical, las SAS y el corretaje; otros en personas pertenecientes al sector de la economía informal. Se incluye una reflexión final sobre el trabajo decente como un instrumento fundamental para el logro de una paz duradera en el país. El acto de lanzamiento estuvo presidido por Lothar Witte, Director de Fescol, y se desarrolló mediante un animado conversatorio del que participaron el periodista Ómar Rincón, la ex ministra Cecilia López Montaño, Carlos Julio Díaz, director de la ENS y Ricardo Aricapa, director de la Agencia de Información Laboral, quien hizo la presentación central del libro.




A continuación, Renovación Sindical Antioquia reproduce la intervención de Ricardo Aricapa:
“Hace algún tiempo en la Escuela Nacional Sindical hicimos el ejercicio académico de cuantificar el espacio que El Tiempo –primer periódico del país- le dedicaba en sus páginas a los temas del trabajo y las actividades de las organizaciones sindicales. Revisamos un mes completo, al azar, y encontramos que en ese mes, el espacio dedicado a estos temas fue un poco más del tres por ciento en todas las secciones.
Si el ejercicio lo hacemos en otro mes de cualquier otro año, o con otro periódico el resultado sería el mismo. Y si lo hacemos con un noticiero de televisión, me temo que el porcentaje sería más bajo aún. Porque la invisibilidad de los temas del trabajo y los derechos laborales, es una constante en los medios masivos de comunicación.
Y no porque sean temas de poca monta o carezcan de interés. De hecho el trabajo es, o debería ser, el tema importante en los medios, pues es de la misma esencia humana, por el trabajo vivimos, no hay otro tema que más nos interese porque es el que tiene la relación más directa con el bolsillo; con el bolsillo de todos, tanto de los trabajadores como de los empleadores. Y tal vez esto último: el que tiene que ver con el bolsillo de los empleadores, es lo que explique la invisibilidad del tema laboral en los grandes medios. Porque resulta que los dueños de estos medios son a la vez los dueños de las principales empresas del país, las que dan empleo, son los empleadores; o sea, parte interesada en la ecuación capital-trabajo.

En este campo, pues, no hay nada que hacer. Ahí los dados están categóricamente cargados. Por lo general, los dueños del capital son unos señores que tienen 99 monedas que les hacen felices a medias, necesitan tener las cien para sentirse completos, así tengan que pasar por encima de los derechos de los trabajadores que les sirven y les ayudan a ser dueños de las cien monedas.

Así que ilusos fuéramos si esperáramos que los grandes medios se interesen en el tema de los derechos del trabajo, o que los traten con la misma consideración con que tratan los derechos del capital. Coca Cola mata tinto, dice un refrán, que en este caso se cumple con exactitud. Las páginas de los periódicos y los espacios de la radio y la televisión son cada vez más el teatro de temas banales, más proclives al entretenimiento sin reflexión, a frivolizar los problemas y a farandulizar la existencia, a suplantar la realidad por el reality, o simplemente a decir mentiras, mentiras que a fuerza de repetirlas se vuelven verdades. En todo caso no son afectos a ventilar el tema de los derechos laborales y sindicales.
Precisamente el silenciamiento de la información relacionada con estos temas, llevó a la Escuela Nacional Sindical a abrir un sitio informativo en red para intentar sacarlos del anonimato. Lo llamamos Agenda de Información Laboral, y publica notas en todos los géneros periodísticos, el reportaje y la crónica, entre ellos, dos géneros a los que les damos su debida importancia.
El libro que hoy se presenta aquí, es pues un esfuerzo de visibilización; es fruto de la voluntad de hacer visibles estos temas, que por lo general están fuera del lente de los grandes medios. Contiene una selección de veintidós  crónicas y reportajes publicados por la Agencia de Información en los últimos cuatro años. Una selección de casos en los que los derechos laborales no existen, o son flagrantemente desconocidos, pisoteados. Es trabajo precario, cada vez más lejos de lo que la OIT llama Trabajo Decente.
Ahora, ¿por qué un libro de crónicas y no un libro de ensayos o de análisis sesudos sobre las problemáticas del mundo laboral y la precariedad en el trabajo? Yo diría que por una necesidad ‘ecológica’, si se me permite este término. Se publica para poner en primer plano los árboles que el bosque no deja ver. 
Me explico: Mario Pérez, es un ciudadano cualquiera, dueño de una pequeña chaza en el centro de Medellín o de Bogotá. En eso trabaja y con eso sostiene su familia desde hace años. Hace, pues, parte de las estadísticas del subempleo en Colombia, ayuda a engrosar ese 60 por ciento de personas que se ganan la vida, o sobreviven, sería mejor decir, en la economía informal, una franja por lo general desprolija de derechos laborales, pues agrupa los llamados empleos cuenta propia, que es una manera más elegante de llamar la actividad del rebusque.
Pero sucede que, además de ser un dato estadístico, Mario Pérez es una persona de carne y hueso. Tiene una familia, unos amigos, unas ilusiones, una historia, una dignidad que defender; y los problemas asociados a su falta de recursos para llevar una vida digna, configuran todo un drama cotidiano; un drama que al igual que él, viven millones de colombianos, reunidos en el dato estadístico del sesenta por ciento. O sea, son invisibles en su individualidad.
  
En ese sentido, la crónica periodística es la mejor herramienta, el mejor vehículo para subir a flote esa individualidad llamada Mario Pérez. La crónica, el periodismo narrativo, es el género que revela el árbol que el bosque no deja ver. Esa es su importancia práctica: poner el acento en el individuo, en el ser de carne y hueso que, en el caso que nos ocupa, la precariedad laboral, sufre las amarguras de la violación de sus derechos. Porque si no vemos estos dramas individuales en su contexto social, la realidad del mundo del trabajo se termina diluyendo en conceptos y categorías abstractas.

Lo otro es que la crónica echa el cuento completo. Esa es la vocación y la razón de ser del cronista: acercarse a la verdad lo que más pueda, rascar donde está el dolor y no en otra parte. Busca cosas que los reporteros ansiosos de noticias y de la ‘chiva’ no ven, o no buscan, o no tienen tiempo de buscar, o los dueños de los medios no les permiten buscar.
El gran cronista polaco Kapuscinski decía, y lo afirmó con la obra que nos legó, que en el escenario de la guerra, por ejemplo, el cronista éticamente debe estar del lado de las víctimas y no del victimario. Lo mismo podríamos decir refiriéndonos al campo laboral. La posición ética del cronista debe estar del lado de las víctimas de la injusticia, de la pobreza, de la exclusión, de la precariedad y de las garras de los patronos a los que no les tiembla la mano para violar sus derechos.
Tal vez es por eso que los medios de hoy, a diferencia de los de antes, ven con desconfianza la crónica. Porque la crónica no reclama para sí esa pretendida neutralidad que sí reclama el periodismo meramente informativo. Es un género de interpretación, y por tanto no es neutral, ni quiere serlo. La crónica toma partido, aborda la realidad desde una postura ética clara: se pone del lado del eslabón más débil de la cadena. En el caso de la Agencia de Información Laboral de la ENS, el partido tomado es claro: estamos del lado de los trabajadores. Así como los grandes medios están claramente del lado de los empleadores.
Otro factor que juega, es la naturaleza misma de la crónica, su composición genética, que la hace un género especial. Es impertinente por esencia, es rebelde, reveladora. Es el menos manipulable de los géneros periodísticos, y por lo mismo resulta incómoda para el poder. A los norteamericanos en Vietnam, por poner un ejemplo famoso, aparte del ejército norvietnamita los derrotó una opinión pública escandalizada por los excesos de una guerra y el horror humano que contaron los cronistas desde el frente de batalla.
Las crónicas que revela el libro que hoy se presenta acá son sin duda también incómodas para el poder: revelan horrores y atropellos flagrantes en el frente del trabajo. El problema es que el poder no lee este tipo de crónicas. Y no las lee por eso: por incómodas.
Otra cualidad que tiene la crónica, y que la hace el género democrático por excelencia, es que no es esclava de la actualidad, ni a toda hora está mirando hacia las luces de la fama y el poder. La crónica se fascina con el brillo de las pequeñas cosas, reivindica los temas minúsculos, los personajes del común, el taxista que caimanea en las noches, el oscuro obrero que trabaja horas extras que no le pagan, el verdulero que vende aguacates en una carretilla y eso no le alcanza para pagar el arriendo; la enfermera que antes laboraba por intermedio de una cooperativa de trabajo asociado y hoy lo hace por un contrato sindical, pero igual su calidad de vida en vez de mejorar rebaja; o la señora que encorva su lomo diez horas al día y pedalea kilómetros enteros sobre una máquina de coser; todos ellos seres extraordinarios en su anonimato, gente a la que nunca se le ha dado la palabra, protagonistas de livianas historias que en principio no le interesan a nadie.
La magia de una buena crónica radica justamente en eso: en conseguir que los lectores se interesen en esas livianas historias.

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