la Universidad de Antioquia como lugar de parqueo de una motocicleta.
Ante un llamado de atención respetuoso por parte de Muñoz, lo que
recibió a cambio fue una andanada de empujones, golpes, escupitajos y
patadas de la joven, de quien no se sabe si es estudiante o no del Alma
Mater, y fuertes insultos del muchacho, del que se confirmó después es
un estudiante de Derecho. Horas más tarde apareció en la oficina del
docente el esposo de la mujer, sin que tampoco se advirtiera si es
alumno o no del centro universitario, y lo amenazó de muerte.
“Estamos
perdiendo en esta universidad el concepto de comunidad y el sentido de
lo público”, agrega Muñoz, y afectado por la agresión, más en lo
espiritual que en lo físico, se mostró decepcionado por el
comportamiento de sus agresores y me hizo una pregunta que hoy recorre
los pasillos de las distintas facultades del campus: “¿quién pone orden
en la Universidad de Antioquia?”.
Ventas
ambulantes por doquier y sin ninguna regulación, degradación de los
espacios comunes, hacinamiento vehicular, atracos a mano armada y
expendio de sustancias alucinógenas son parte de los problemas que
padecemos no solo quienes hacemos parte de la comunidad universitaria
por razones de trabajo y estudio, sino de aquellos que nos visitan,
entre los que se encuentran numerosos académicos extranjeros.
La
situación no es nueva, por el contrario, tiende a agravarse. Hace poco
menos de cuatro años, en octubre de 2010, escribí una columna publicada
en este mismo espacio en la que afirmé que “era visible que el campus se
les salió de las manos hace varios años a las autoridades
universitarias”. Y lo peor es que se ha venido degradando de manera
preocupante, sin que las directivas, que son las mismas de aquel año,
hagan nada al respecto. En suma, la Universidad de Antioquia es un
espacio sin control.
En un comunicado divulgado
por los representantes profesorales de la Facultad de Ciencias Sociales
y Humanas, a propósito de las agresiones contra el vicedecano, se dejó
constancia de ese deterioro: “El campus universitario viene
progresivamente transformándose en un espacio en el cual el respeto por
la norma no es la realidad cotidiana, y en el cual algunos creen poder
hacer su ley y actuar más allá de lo acordado y consensuado”.
Al
reaccionar sobre esos hechos y rechazar lo ocurrido, la decana de la
Facultad, Gloria Patricia Peláez, aseguró que el Alma Mater “estamos
viendo como día a día se impone esta lógica egoísta del uno, lo vemos en
los negocios ilegales que crecen, en el irrespetuoso y descarado
parqueo de carros y motos en los pasos peatonales, en la obstrucción de
los corredores y sitios para el estudio”.
En su
comunicado hizo una reflexión sobre lo público, un tema esencial en una
universidad estatal, y en referencia a la Universidad de Antioquia
advirtió que “se ha convertido en espacios privados para los objetos y
no para los sujetos que son entonces desplazados y violentados. Nos
encontramos con que poco importa el respeto al espacio que compartimos,
que debe ser de todos, sino que unos pocos se toman la atribución de ser
amos de lo público para su satisfacción individual, ultrajando el
derecho del otro”.
Reitero, el campus de la
Universidad de Antioquia se salió hace varios años de control y la
pregunta que se deriva de ello es: ¿por qué se llegó a ese nivel de
intolerancia y degradación? Preocupa que una institución que dispone,
para este año, de un presupuesto de un poco más de 700 mil millones de
pesos, no posea las herramientas ni el conocimiento ni la voluntad
política para cambiar esa tendencia degenerativa del espacio público.
También
inquieta la inercia de las facultades, escuelas e institutos que tienen
sus oficinas, centros de investigación y programas en el campus
universitario, para aportar a las soluciones que requiere el campus
universitario. Uno siente que todos esos fenómenos descritos se
volvieron parte del paisaje y por tanto no requieren intervención
alguna.
Otro aspecto preocupante no solo es la
falta de apropiación del estudiantado de los problemas que allí se
presentan sino de las agresivas reacciones que asumen cuando, como en el
caso del vicedecano Muñoz, se le reconviene por alguna situación que va
en contravía del uso del espacio público. Ello ha generado un fenómeno
que agrava la situación: el miedo.
Se le teme
al estudiante, por tanto, no se le denuncia, no se le cuestiona, no se
le castiga disciplinariamente, mucho menos se le puede advertir una
falla en el uso del espacio público del campus universitario y muchos
han optado por el silencio. Ese miedo reflejado en las palabras de los
docentes impacta y más aún cuando se habla de ello en un espacio que
está concebido para el conocimiento, la discusión, el disenso. El miedo
corroe el espíritu universitario y eso, en sí, es una de las mayores
degradaciones posibles en el mundo académico.
A
mi juicio, las ofensas contra el vicedecano Hernando Muñoz, son algo
más que un acto de agresión, es la expresión del descontrol que hoy
padecemos en el campus universitario y nos está diciendo que pese a los
excelentes resultados en investigaciones que ha logrado este centro de
estudios superior en su historia y la buena imagen que tiene en el país y
en el exterior, la pedagogía se quedó corta en llegarle al espíritu de
sus estudiantes, esos que ante una reconvención verbal reaccionan con
empujones, golpes, escupitajos y patadas. En esa reacción hay un texto
que se debe saber leer para intervenir eficazmente los problemas que
aquejan a la comunidad universitaria y ponerle fin al descontrol que nos
aqueja.
En Twitter: @jdrestrepoe
*Periodista y docente universitario.
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