Tomado de elcolombiano.com
Alberto Salcedo Ramos
Alberto Salcedo Ramos
Muchos consideran
al director técnico Fernando “El Pecoso” Castro un pícaro inofensivo que solo despliega sus
marrullerías en la pista atlética. A mí me parece un ejemplo dañino porque
difunde esa mentalidad hampona según la cual “todo se vale” cuando se trata de
conseguir ciertos resultados.
El hecho de que
el fútbol se juegue con los pies no otorga licencia para pisotear valores
esenciales del ser humano, como el respeto.
Castro fue un
competidor desleal cuando jugaba: pegaba patadas alevosas, fingía lesiones. A
los delanteros del equipo contrario les untaba vick vaporub en los ojos o les
enterraba agujas hipodérmicas en el cuerpo.
Como director
técnico ha mantenido ese mismo patrón de conducta: arroja elementos al campo
para que el árbitro detenga las acciones y así el equipo rival pierda ritmo,
insulta, provoca, busca incidir en el partido mediante la triquiñuela barata o
la camorra.
Durante un
partido de Copa Libertadores, cuando era director técnico del América, Castro
caminó hasta el borde de la cancha y le haló el cabello al jugador Darío Husaín, del River Plate. Este le ripostó con un
puñetazo en la cara, y a continuación el árbitro los expulsó a ambos. Eso era
exactamente lo que buscaba Castro con su jugarreta: disminuir al rival para
sacarle ventaja. Aquella vez más de un comentarista deportivo alabó su “viveza”.
En otra ocasión
llegó más lejos: como sabía que Elkin Murillo,
jugador del equipo adversario, tenía un hijo hospitalizado, se le acercó en la
pista atlética y le dijo que ojalá se le muriera el niño. Una persona que
calcula tal estratagema para ganar a toda costa envilece a la sociedad.
Lo peor es que un
amplio sector del país vea como héroe a un ser humano de semejante calaña. Lean
los foros de los lectores a propósito de la más reciente artimaña de Castro,
cometida hace apenas tres días, y pásmense: a muchos les parece que es
“frentero”, que “defiende lo suyo con pasión”, que “es un ejemplo porque no le
gusta perder”, que “es un viejo zorro” y que “vive el fútbol con intensidad”.
Por gente
ventajista como “El Pecoso” nos hemos convertido en una sociedad mezquina en la
que solo cuentan los intereses propios. El país que lo aplaude es uno que jamás
se detiene en los principios porque solo le concede valor a los fines, el mismo
país que modifica la Constitución como si fuera papel higiénico para reelegir a
un Presidente enfermo de poder, el mismo país que considera una minucia el
hecho de que un gobierno espíe a los opositores a través de su policía
política.
No es casual que
esta semana, cuando “El Pecoso” fue noticia por otra de sus marrullas, un
hincha energúmeno le partiera el rostro al jugador Vladimir Marín con una pedrada. El país que les
hace monumentos a los bárbaros tarde o temprano termina viendo sangrar a los
inocentes. El país que empieza aplaudiendo tramposos tarde o temprano termina
llorando “falsos positivos”.
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