Por Pedro Luis González Tapias.
Los
seres humanos solemos atribuir la responsabilidad a quienes menos se
saben defender, hace parte de nuestra naturaleza. A raíz de la
destitución e inhabilidad del Alcalde Mayor de Bogotá, Gustavo
Petro,
uno de los centros de discusión son las excesivas facultades con que
goza la Procuraduría, hasta el punto que puede destituir a
servidores públicos de elección popular, algo que ante los ojos del
Derecho y la comunidad internacional es poco comprensible.
La mayoría de los actores relacionados con el proceso, como el gobierno, los congresistas, el Fiscal General de la Nación, los generadores de opinión, ciudadanos y académicos, han expresado la necesidad de modificar y limitar las funciones y facultades del ente de control, e incluso, la posibilidad de acabar con la Procuraduría General de la Nación.
Pero
el centro de la discusión debe traspasar las fronteras de la
ingeniería institucional y centrarse en algo más filosófico y con
ello más complicado. Lo que ha desvelado esta discusión es que el
problema, más que de la estructura institucional, es de seres
humanos; es decir, es sobre quiénes están en la cabeza de esas
instituciones, instituciones que, no tengo la menor duda, se pensaron
con fines distintos a los que algunos de sus titulares han querido
emprender. Abusando del poder, muchos de nuestros “dignatarios”
han utilizado los vacíos normativos, los grises institucionales, la
incapacidad de la justicia y una ciudadanía dormida, para alimentar
sus intereses personales, e incluso, para darle rienda suelta a sus
creencias religiosas e ideológicas desde las instituciones.
Si
no se pone el énfasis en las cualidades de quienes estamos eligiendo
para que ocupen esos cargos, nos pasaremos toda la vida haciendo
reformas y ninguna servirá porque no faltará quien encuentre el
hueco para abusar de su poder. Luego entonces el problema mayor no
son las instituciones, son las personas, sin que ello quiera decir
que el diseño y la estructura del Estado no sean fundamentales a la
hora de controlar las desviaciones del poder.
Soy
de los que piensa que las cosas no son buenas ni malas en sí mismas,
pues los fines dependen de quien haga uso de ellas. Las cosas más
tiernas y benévolas pueden ser utilizadas para hacer daño, así
mismo, las cosas que proyectan la idea de ser dañinas pueden ser
usadas para hacer bien.
Necesitamos
funcionarios comprometidos con los valores y principios que inspiran
a nuestra Constitución Política. Se echan de menos servidores que
entiendan que la Constitución, pese a sus errores, tiene unos fines
loables. Una sociedad no puede permitirse que altos cargos del Estado
estén ocupados por personas que solo leen el artículo 42 de la
carta y deducen que la familia es la que conforman un hombre y una
mujer. No, quien ocupe un cargo público debe tener la capacidad de
entender que la Constitución es un texto complejo e integral,
inspirado en principios como la dignidad e igualdad, los cuales, sin
duda, modifican la lectura que se pueda hacer de un artículo de
forma aislada.
Ahora
bien, se me preguntará ¿cómo se logra eso? Pues no tengo la
repuesta precisa, pero vale la pena discutir al respecto. De alguna
manera la misma Constitución vislumbró algo sobre el asunto en su
artículo 41:
“En
todas las instituciones de educación, oficiales o privadas, serán
obligatorios el estudio de la Constitución y la Instrucción Cívica.
Así mismo se fomentarán prácticas democráticas para el
aprendizaje de los principios y valores de la participación
ciudadana. El Estado divulgará la Constitución”
Resulta
imperativo generar en los niños y niñas de nuestro país, un
compromiso sobre los valores y principios que deben inspirar a una
democracia. Para ello, es fundamental que en las instituciones
educativas se viva la democracia, teniendo en cuenta que es medular
darles más poder a los estudiantes dentro del gobierno de los
colegios. Alguien decía algo como que los niños se educan 20 años
antes de nacer.
Son
proyectos a largo plazo que solo son posibles en tanto superemos uno
de los males de nuestra sociedad: es que no nos define un futuro,
somos muy cortoplacistas. Es necesaria una discusión profunda sobre
el aporte del modelo educativo a la democracia. De lo contrario, no
faltarán quienes siendo Presidentes compren al Congreso para
reelegirse y este no los investigue; no faltará el Procurador que
compre a las Cortes y al Congreso para que lo reelijan y se frenen
las investigaciones en su contra.
La
educación nos puede garantizar mejores personas, y la educación nos
puede generar ciudadanos y ciudadanas más comprometidos con la
democracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu opinión, todas son válidas en el marco del respeto.