Digan lo que quieran los malquerientes del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, es un hecho reconocido hoy por la mayoría de los ciudadanos que la administración presidida por él ha iniciado y puesto en marcha, para bien, un cambio profundo e irreversible en la capital de Colombia.
Contra viento y marea, ha tenido que navegar
en su período el alcalde Petro. Enfrentar a un procurador atrabiliario
que abusa del poder impunemente y que quiso destituirlo sin mediar razón
legalmente válida, sino por favorecer los oscuros intereses de ciertos
empresarios basura, afectados por las medidas de la administración en
beneficio de la ciudad (como ha quedado demostrado en los hechos) y en
contra de los cuatro o cinco habituales que se devoraban una no
despreciable porción del presupuesto de Bogotá. Y lidiar con un Concejo
adverso que se esmeró en frustrar planes fundamentales para el
desarrollo de la capital, en insoslayable armonía con el Contralor y el
Personero, modelos inmejorables de lo que no debe ser un funcionario de
esa categoría.
La movilidad en la era Petro ha mejorado sustancialmente. Si comparamos los inmensos trancones de hace veinticinco años, en que el número de vehículos era la mitad del que hoy circula por las calles bogotanas, con los trancones de hoy, podemos ver que, no obstante la saturación vehicular de sus vías, la ciudad se mueve ahora con mucha menos lentitud que un cuarto de siglo atrás.
También si los críticos obstinados quisieran
por un momento reflexionar con serenidad y examinar el desastre de
ciudad que recibió Petro en el 2012, (como diría Marroquín, era “cosa de
volverse loco”), tendrán que reconocer, así sea a regañadientes, como
un milagro la proeza de rescate que en poco menos de año y medio hizo la
administración actual.
No pudo el alcalde Petro cumplir con algunas de sus promesas simbólicas de campaña, el metro subterráneo y el tranvía, mas no por su culpa, sino por el tremendo saboteo incesante de distintos sectores, principalmente el Gobierno Nacional, a esas dos obras, clave para el transporte público masivo de la capital del país, que los ciudadanos seguiremos reclamando hasta verlas realizadas.
Cualquiera que resulte elegido sucesor o sucesora de Gustavo Petro al frente de la administración de Bogotá Distrito Capital, se encontrará con que la ciudad ya no va a tolerar alcaldes que quieran retornar a las corruptas camarillas privatizadoras que vienen desde la época de Pastrana Arango, y sabrá que la doctrina plantada por Petro, en el sentido de que la ciudad es de los ciudadanos, y no de unos grupitos insaciables que creen que la ciudad y los ciudadanos son solo un objeto de lucro particular, no tiene vuelta atrás. Así como Antanas Mockus marcó un hito con la cultura ciudadana, Petro ha arado un surco todavía más profundo y sembrado en él las semillas de la cultura democrática.
Por eso mismo, los ciudadanos en las
elecciones de octubre no van a votar por nombres, ni por eslóganes
vacuos. Los ciudadanos van a votar por programas de gobierno serios,
explícitos, concretos, claros, que los convenzan de la calidad y
capacidad del o la aspirante a suceder a Petro. Y van a exigir que esos
programas triunfadores en las elecciones sean la parte sustancial del
plan de desarrollo, y ejecutados con el rigor que debe caracterizar una
administración honesta y al servicio de la ciudad.
De momento no conocemos, por parte de ninguna de las personas que han propuesto sus nombres para la Alcaldía del Distrito Capital, los programas con que aspiran a recibir el voto de sus conciudadanos. Quizá porque la campaña aún no ha empezado y están pendientes por definir candidaturas. A siete meses de las elecciones, es tiempo de ir prendiendo y calentando motores.
Enrique Santos Molano
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu opinión, todas son válidas en el marco del respeto.